“HACERSE TODO A TODOS” (1Co 9,22)
Querida familia parroquial:
En las últimas semanas, tanto el Ayuntamiento de Gilbert como el Condado de Maricopa han hecho públicas órdenes de emergencia y regulaciones acerca del uso obligatorio de máscaras en determinadas circunstancias. Además, hace unos días – el 19 de junio - la Diócesis de Phoenix emitió unas directrices por las cuales el Sr. Obispo pedía que se cumplieran en las parroquias los protocolos obligatorios acerca del uso de máscaras en cada área o ciudad. En esas mismas directrices, la Diócesis requería de todos los que participan en Misa, empleados y voluntarios, el uso de máscara “cuando se encuentren en el campus parroquial o se desplacen en áreas públicas o allí donde el distanciamiento social no sea posible”. Finalmente, la Diócesis afirmaba que “la amabilidad y la comprensión deben ser la norma para quienes, por su condición médica o porque lo rechacen, no lleven máscara”.
Con independencia de todo lo anterior, en las últimas semanas he ido recibiendo las confidencias de un número no pequeño de fieles que me han expresado su reticencia, por razones médicas, a participar en Misa con quienes no hacen uso de la máscara. Algunas de esas personas me han dicho que han decidido hacer uso de la dispensa, todavía en vigor, de no asistir a la Misa dominical, precisamente por esta razón. Ellos vendrían si todos utilizaran máscara, pero prefieren quedarse en casa antes que exponerse a la cercanía física con personas que participan en la liturgia con el rostro descubierto. Otros han elegido quedarse en sus hogares porque no creen que deban estar en celebraciones con demasiadas personas.
Por otro lado, las autoridades civiles - tanto a nivel local como regional - han previsto exenciones a la norma general de llevar máscaras. No citaré aquí el listado de esas excepciones porque pueden encontrarse fácilmente en internet y éste no es un escrito de naturaleza jurídica. En la medida en que no contradicen la Ley de Dios y de la Iglesia, los cristianos ofrecemos una obediencia gloriosa y sobrenatural a los poderes temporales. Es una responsabilidad de todos, por tanto, conocer aquello que se nos pide y cumplirlo en la medida de nuestras posibilidades.
Dicho esto, he querido tomar unos días para pensar, consultar y rezar de qué manera se podían armonizar estos extremos - en apariencia tan irreconciliables - de manera que se pueda dar a todos, de acuerdo con las situaciones personales y la conciencia de cada uno, una posibilidad de acceso a la Eucaristía. Esos extremos son: el requerimiento de llevar máscara que el Sr. Obispo ha pedido a quienes asistan a las Misas parroquiales; la posibilidad que también contempla las directrices de la Diócesis y las normas civiles de permitir el acceso a quienes están exentos del uso de máscaras por la ley civil, eclesiástica y divina; el deseo de muchos parroquianos a participar en Misas si todos los participantes llevan la máscara puesta y, por último, la posibilidad de acceder a la Sagrada Comunión por parte de quienes, durante el tiempo de la dispensa de la obligación de asistir a las Misas dominicales, han elegido no participar todavía en el Santo Sacrificio con sus hermanos.
La caridad pide, entre otras cosas, que nos hagamos “todo a todos para salvar, sea como sea, a algunos” (1Co 9,22). Después de hablar con el staff de la parroquia, y con el deseo de respetar la conciencia de todos en el marco de lo que nos permite la obediencia, he decidido lo siguiente:
1. A partir del primer fin de semana de julio, habrá varias misas de vigilia los sábados y de domingo donde el uso de máscara será obligatorio y sin excepciones, para que quienes deseen participar en una Santa Misa de domingo con la tranquilidad de saber que todos los asistentes llevarán la máscara puesta, puedan hacerlo. Tales Misas serán las del sábado a las 3 de la tarde, el domingo a las 7 de la mañana, y la Misa del domingo a las 5:30 de la tarde en español. Quien no tenga máscara no podrá participar en esas Misas. El acceso al templo, por tanto, para esas misas, será autorizado exclusivamente a todos aquellos que estén de acuerdo en llevar la máscara puesta.
2. Los que están eximidos de llevar máscara según la ley divina, eclesiástica o civil (por ejemplo, personas con una enfermedad médica o de conducta, niños menores de 2 años o personas incapaces de quitarse la máscara sin asistencia), deberán participar en cualquiera de las demás Misas de vigilia o de domingo: el sábado a las 4:30 en inglés y a las 6:30 en español, o los domingos a las 8:30, a las 10 y a las 11:30 en inglés, a la 1 en español y a las 3 según la forma del rito extraordinario. Obviamente, estas Misas están también abiertas para quienes lleven máscaras y se sientan cómodos participando en la Santa Misa con personas exentas de llevarlas.
Las personas eximidas de llevar la máscara que quieran participar en las Misas dominicales, deberán por tanto participar necesariamente en cualquiera de las Misas de este punto número 2 y no a las que aparecen en la sección primera.
3. En todas las Misas se observará los requerimientos de distanciamiento social que piden las autoridades civiles y eclesiásticas, como viene haciéndose desde hace ya muchas semanas en Santa Ana.
4. Además, para quienes deseen recibir la Sagrada Comunión fuera de la Misa, se proveerá de un breve tiempo los domingos para la distribución del Cuerpo del Señor. En concreto, habrá ministros para distribuir la Sagrada Comunión los sábados después de la Misa de las 4:30 pm y los domingos tras la Misa de las 3 pm durante un espacio aproximado de 30 minutos o hasta que ya no haya nadie más solicitándola.
5. Quiero aclarar que la Diócesis permite al sacerdote que preside la celebración no llevar la máscara durante la celebración del Santo Sacrificio de la Misa mientras permanezca en la zona del presbiterio. También reitero el hecho de que la dispensa a la Misa dominical sigue en vigor, que el riesgo de contagio existe mientras haya personas enfermas y que, por tanto, la responsabilidad de las decisiones es siempre personal e intransferible. A partir de ahí, cada persona, cada familia, debe tomar una decisión.
Deseo dedicar la última parte de este escrito a tres consideraciones para quien quiera leerlas. Os invito a que penséis en ellas y las sopeséis en vuestra oración.
a. La obediencia en aquello que no es pecado es causa de paz, armonía y unión profunda con Dios y con los demás, cuando la vivimos en el espíritu de Cristo. En el mundo de hoy, en el que por todas partes parece que se nos invita a la confrontación, lo verdaderamente “revolucionario” es obedecer con libertad y alegría. Nada nos asemeja más a Satanás que la desobediencia orgullosa, y nada nos asemeja más a Cristo que la obediencia amorosa y libre. Hace tres meses dije estas palabras en una de mis homilías dominicales: “La obediencia en tiempos difíciles es una señal de fidelidad. Nosotros no obedecemos porque nos parezca razonable lo que se nos pide. Ésa es la obediencia humana, de este mundo que pasa. Nosotros obedecemos porque, cuando la autoridad es legítima y actúa en el ámbito de su potestad, vemos en sus manifestaciones una expresión de la Voluntad de Dios para nosotros y eso convierte esta virtud en un acto de religión que hace milagros.”
Repito la misma enseñanza, que es la de la Palabra de Dios y de los santos. A modo de ejemplo, las siguientes son expresiones de San Maximiliano Kolbe, mártir de la caridad y ejemplo de coraje, fe, fidelidad a Cristo y a la Iglesia y amor a los hermanos. Consideradlas en la presencia de Dios: “La obediencia, y sólo la santa obediencia, nos manifiesta con certeza la voluntad de Dios. Los superiores pueden equivocarse, pero nosotros obedeciendo no nos equivocamos nunca. Se da una excepción: cuando el superior manda algo que, con toda claridad y sin ninguna duda, es pecado, aunque éste sea insignificante; porque, en este caso, el superior no sería el representante de Dios (…)
Por medio de la obediencia, nosotros nos alzamos por encima de nuestra pequeñez y podemos obrar conforme a la voluntad de Dios. Más aún: adhiriéndonos así a la divina voluntad, a la que no puede resistir ninguna criatura, nos hacemos más fuertes que todas ellas. Ésta es nuestra grandeza; y no es todo: por medio de la obediencia, nos convertimos en infinitamente poderosos.
Éste, y sólo éste, es el camino de la sabiduría y de la prudencia, y el modo de rendir a Dios la mayor gloria posible. Si existiese un camino distinto y mejor, Jesús nos lo hubiera indicado con sus palabras y su ejemplo. Los treinta años de su vida escondida son descritos así por la sagrada Escritura: Y siguió bajo su autoridad. Igualmente, por lo que se refiere al resto de la vida toda de Jesús, leemos, con frecuencia, en la misma sagrada Escritura, que él había venido a la tierra para cumplir la voluntad del Padre. Amemos sin límites a nuestro buen Padre: amor que se demuestra a través de la obediencia y se ejercita, sobre todo, cuando nos pide el sacrificio de la propia voluntad. El libro más bello y auténtico donde se puede aprender y profundizar este amor es el Crucifijo. Y esto lo obtendremos mucho más fácilmente de Dios por medio de la Inmaculada, porque a ella ha confiado Dios toda la economía de la misericordia.”
b. “Tú que pretendes ser juez de los demás –no importa quién seas– no tienes excusa, porque al juzgar a otros, te condenas a ti mismo” (Rm 2,1).
Nunca agradaremos a Dios si juzgamos a nuestros hermanos. Los católicos tenemos que estar inquebrantablemente unidos y de acuerdo en el contenido del Depósito de la Fe: es decir, aquello que nos enseña la Palabra De Dios - tanto escrita en las Sagradas Escrituras como transmitida por la Santa Tradición – y es interpretado auténticamente por el Magisterio universal de la Iglesia en materias de fe y de moral. En todo lo demás, el fiel tiene derecho a tener su propia opinión acerca de las cosas. Dije antes que la obediencia es causa de unidad. Ahora digo que el respeto a la opinión diversa en materias contingentes es también causa de unidad porque, cuando se quiere que todos estén de acuerdo en aspectos que son cuestionables, o sobre los que legítimamente se pueden tener puntos de vista diversos, se está forzando la conciencia de las personas y “el que hiere la conciencia de su hermano, peca contra Cristo” (1 Co 8,12).
Yo puedo entender todos los puntos de vista: el de la persona que decide quedarse en casa mientras dura la dispensa del Sr. Obispo y no viene a Misa porque tiene razones para ello; el que desea venir exclusivamente para la recepción de la Sagrada Comunión; el que quiere estar en Misa exclusivamente si los demás que participan en ella llevan máscara; el que por razones de salud o de conciencia no la lleva mientras no comprometa la salud de otros y respete el distanciamiento social que la obediencia nos pide en estos momentos. Si los obispos o los cardenales tienen opiniones diferentes en estos temas, ¿por qué no van a tenerla los fieles laicos? Que cada uno haga lo que considere en conciencia, actuando con pureza de intención, en fidelidad a la enseñanza de Cristo y de la Iglesia, obedientes a las autoridades legítimas y buscando el bien de los hermanos, y que los demás respeten esa decisión sin criticar a nadie: “Hermanos, no hablen mal los unos de los otros. El que habla en contra de un hermano o lo condena, habla en contra de la Ley y la condena. Ahora bien, si tú condenas la Ley, no eres cumplidor de la Ley, sino juez de la misma. Y no hay más que un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo?” (Sant 4, 11-12).
Puesto que la obediencia a las autoridades civiles y eclesiásticas permite en ciertas circunstancias y a ciertas personas no llevar la máscara puesta, que los partidarios del uso de máscara no piensen que los que no la llevan son egoístas o irresponsables. Por el lado contrario, que quienes pueden hacer uso de su derecho a no llevar máscara en el ámbito de lo que permite las leyes divinas, eclesiásticas y civiles, no crean que quienes llevan la máscara están actuando erróneamente.
Esas actitudes no son cristianas. Como dice la secuencia del “Veni, Sancte Spiritus” (Ven, Espíritu Santo): “flecte quod est rigidum”, doblega lo que es rígido. Esto lo subrayaba el sacerdote jesuita español Padre Luis María Mendizábal: así como en el orden natural, la flexibilidad es signo de vida y la rigidez es señal de que la muerte ya se ha hecho presente (y así se habla, por ejemplo, del rigor mortis o rigidez de la muerte), en el orden sobrenatural, el Espíritu Santo, “Señor y Dador de vida”, actúa de modo semejante: las posiciones rígidas suelen ser una señal de “ausencia del Espíritu de Dios.” No caigamos en la trampa del juicio al hermano o de considerar lo que es opinable como absoluto y definitivo. Rige aquí el famoso aforismo de San Agustín: en lo dudoso, libertad; en lo necesario, unidad; en todo, caridad (in dubiis libertas, in necessariis unitas, in ómnibus caritas).
c. En este último punto, sé que soy la voz que grita en el desierto, pero os invito a que, si no es necesario por una cuestión de vocación o trabajo, pasemos un tiempo - ¿tal vez un mes? - sin ver o leer noticias en Internet o en la televisión. Me parece una forma de cortar parte del problema de raíz. Creedme: el mundo seguirá dando vueltas, los pajaritos seguirán cantando por las mañanas y, probablemente, nos sacudiremos muchas preocupaciones innecesarias.
Este ejercicio será como abrir las ventanas de una habitación cerrada para que entre aire fresco y luz. La información que sea urgente, si algo fuera urgente, llegará a nosotros por otros cauces. Me permito repetir las palabras del filósofo Sören Kierkegaard que ya cité hace meses: “El estado actual del mundo y de la vida en general es uno de enfermedad. Si yo fuera un doctor y me pidieran mi opinión, les diría "Creen silencio." Lleven a los seres humanos al silencio. La palabra de Dios no puede escucharse en el ruidoso mundo contemporáneo”
Uno de los grandes clásicos de la espiritualidad católica, La Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, por su parte, afirma lo siguiente: “Jesucristo: Todos desean la paz; mas no tienen todos cuidado de las cosas que pertenecen a la verdadera paz. Mi paz está con los humildes y mansos de corazón. Tu paz la hallarás en la mucha paciencia. Si me oyeres y siguieres mi voz, podrás gozar de mucha paz.
Alma: ¿Pues qué haré, Señor?
Jesucristo:
Mira en todas las cosas lo que haces y lo que dices, y dirige toda tu intención al fin de agradarme a Mí solo, y no desear ni buscar nada fuera de Mí. Ni juzgues temerariamente de los hechos o dichos ajenos, ni te entremetas en lo que no te han encomendado: con esto podrá ser poco o tarde te turbes.”
Por mi parte, este deseo de no dejarse llevar por las voces del mundo ha sido la razón principal de no escribir esta comunicación antes: a fin de cuentas, las palabras que nacen del ruido son… ruido.
Gracias por haber leído este mensaje tan largo hasta aquí y gracias así mismo por la actitud y la paciencia con la que prácticamente todos habéis actuado desde que comenzó esta situación anómala.
“Que el Dios de la esperanza os llene de toda alegría y paz en la fe, para que la esperanza sobreabunde en vosotros por obra del Espíritu Santo” (Rom 5,13)
Fiat Voluntas Tua.
En los Sagrados Corazones de Jesús y de María:
P. Sergio