Miércoles de la V semana de Cuaresma
abril 01, 2020 12:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
REFLEXIONES EN LA CURACIÓN DE UN LEPROSO IX
“Él les respondió: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para esto he salido». Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.” (v. 38-39)
Nos encontramos en los versículos que preceden inmediatamente al relato de la curación del leproso. Cristo anuncia algo más que un mensaje: la Buena Noticia que comparte es Él. No nos entrega simplemente unas ideas maravillosas y sublimes, sino una Persona que se ofrece a cada hombre porque “para esto” ha venido el Señor. “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1Tim 1,15).
Ayer dijimos que para recibir a Cristo, debe producirse una conversión, y ojalá los acontecimientos de estos días nos conduzcan efectivamente a ella. Convertirse es mucho más que un cambio de conducta o de vida: es acoger a Jesús y dejar que sea Él quien tome las riendas de nuestra vida. Así lo expresó el Papa Benedicto XVI: “Con la conversión aspiramos a la medida alta de la vida cristiana, nos adherimos al Evangelio vivo y personal, que es Jesucristo. La meta final y el sentido profundo de la conversión es su persona, él es la senda por la que todos están llamados a caminar en la vida, dejándose iluminar por su luz y sostener por su fuerza que mueve nuestros pasos. (…) La conversión es el "sí" total de quien entrega su existencia al Evangelio, respondiendo libremente a Cristo, que antes se ha ofrecido al hombre como camino, verdad y vida, como el único que lo libera y lo salva. Este es precisamente el sentido de las primeras palabras con las que, según el evangelista san Marcos, Jesús inicia la predicación del "Evangelio de Dios": "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15).”
Jesús sale a predicar, y en este viaje misionero en el que encontrará al leproso, va acompañado de sus discípulos. De hecho, el Señor les invita con estas palabras: “Vayamos a otra parte, a predicar…” Es como si el Señor les hubiera dicho: “Vayamos… vosotros y yo, juntos. Venid conmigo. Os prometí que seríais pescadores de hombres y ha llegado la hora de comenzar esa tarea. El mar es el mundo entero y tenemos mucho que hacer, muchas ciudades y pueblos que visitar, muchas almas que conquistar, muchos pecadores que perdonar. Venid conmigo para decirle a todas las personas a las que encontremos que Dios ha venido a salvarlos. Vayamos cada vez más lejos, lleguemos cada vez a más gente, y yo estaré con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo.”
Cristo ha querido asociar a su misión a los hombres. La Iglesia tiene como única misión, la misión de Jesús. Y no hay otra. Nos conviene recordarlo estos días porque hemos visto a la Iglesia preocupada por la salud física de la gente (lo cual es un acto de caridad si se ama al prójimo por amor a Dios), pero la Iglesia no está en el mundo principalmente para eso, de la misma manera que no fue ésa la misión del Señor. La Iglesia está para llevar a los hombres a la comunión con Cristo y así, en el Señor, encontrar el único camino que lleva a la salvación y a la vida verdadera.
Quiero terminar hoy con la enseñanza del Papa San Pablo VI comentando las palabras de Jesús sobre las que estamos reflexionando en este día. Que nos recuerden quiénes somos y cuál es la tarea que Dios nos encomienda como Cuerpo suyo en el mundo y Sacramento Universal de salvación: “La Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de que las palabras del Salvador: "Es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades", se aplican con toda verdad a ella misma (…) "Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia"; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa.” (Evangelium Nuntiandi 14).