Jueves de la IV semana del Cuaresma
marzo 26, 2020 12:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
REFLEXIONES SOBRE LA CURACIÓN DE UN LEPROSO - IV
Hemos hablado estos días de algunas de las actitudes necesarias para recibir la Palabra de Dios con provecho. Hemos dicho que cuando entramos en diálogo con Dios, Él que es eterno viene a nosotros. De alguna manera entramos nosotros también en la eternidad de Dios y ello nos obliga a dejar la precipitación para aceptar los tiempos de Dios, por así decir, que son habitualmente más largos y menos acelerados que los nuestros. También hemos hablado de que esa Palabra que estaba fuera del tiempo, ha entrado en el tiempo cuando se hizo carne en el seno de María Santísima. Ayer, precisamente, celebrábamos la Solemnidad de la Encarnación. Concluíamos diciendo que Jesús nos habla con sus palabras y con toda su vida porque Él mismo es la Palabra, la plenitud de la Revelación de Dios a nosotros.
San Juan de la Cruz, en la Subida del Monte Carmelo, tiene estas palabras hermosísimas: “el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad. Porque le podría responder Dios de esta manera: «Si te tengo ya hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra cosa que te pueda revelar o responder que sea más que eso, pon los ojos sólo en Él; porque en Él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás en Él aún más de lo que pides y deseas.
Porque desde el día que bajé con mi espíritu sobre Él en el monte Tabor, diciendo: Éste es mi amado Hijo en que me he complacido; a Él oíd, ya alcé yo la mano de todas esas maneras de enseñanzas y respuestas, y se la di a Él; oídle a Él, porque yo no tengo más fe que revelar, más cosas que manifestar. Que si antes hablaba, era prometiéndoos a Cristo; y si me preguntaban, eran las preguntas encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la doctrina de los evangelistas y apóstoles.”(Subida al Monte Carmelo, Libro II, cap. 22, 4-5).
Santa Teresa de Jesús, por su parte, dice algo parecido, pero con otro lenguaje. Cuenta en el Libro de su Vida que una de las primeras palabras interiores que escuchó de Jesús en su oración fue ésta: “no tengas pena, que yo te daré libro vivo”. Ese “libro vivo” es el mismo Señor, como ella misma explica más tarde: “Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades. ¡Bendito sea tal libro, que deja imprimido lo que se ha de leer y hacer, de manera que no se puede olvidar!” (Vida 26,2).
Se podrían citar muchísimos más ejemplos y palabras de tantos santos a lo largo de la Historia. Todos coinciden en lo mismo: todo en el Señor está lleno de luz porque Él mismo es la luz. El camino de las almas grandes en la Iglesia es el de personas que han sabido acallar otras voces para prestar atención, cada vez más, cada vez con mayor atención, a Jesús.
En un mundo con tanto ruido, y en unos días en los que recibimos más información de la que podemos procesar, la práctica a la que os estoy invitando es más necesaria que nunca. Todo lo que debemos aprender está en Jesús. Las preguntas son muchas, pero la respuesta es siempre Cristo. Y, en esta línea, me atrevo a decirles: si pueden, aíslense del ruido de estos días. Dense una semana sin escuchar noticias acerca del coronavirus. No lean noticias, ni vean noticias, ni caigan en la trampa de ir a Internet para “informarse”. Cuiden la relación con las personas a su alrededor y, sobre todo, con el Señor. Pasen más tiempo leyendo la Sagrada Escritura que cualquier otro tipo de literatura. Protejan ese espacio interior en el que sólo entran aquellos que nosotros dejamos pasar.
Mañana veremos el segundo versículo que mencionamos ayer y que, me parece, nos da el marco inmediato para entrar en el episodio de la curación del leproso. Dios nos dé, como a Santa Teresa, ese “Libro vivo” donde todo está dicho, todo está escrito, todo está contenido, la Palabra en la que el Padre ya nos ha dicho todo cuanto debemos saber.