REFLEXIONES SOBRE LA CURACIÓN DE UN LEPROSO X
Hemos estado hablando en los últimos días de la misión de Cristo y de la Iglesia. El Señor va de aldea en aldea, de hombre a hombre, anunciando la salvación que trae él, la salvación que es Él, Dios hecho hombre. Para acoger el don de la gracia que nos salva, hemos de abrir en canal nuestra vida a Jesucristo y eso, en la jerga cristiana, tiene un nombre: conversión.
Hemos dicho también que Cristo quiso asociar a su Cuerpo, que es la Iglesia, en esa misión salvadora. “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo…”(Jn 20, 21). Éste es un tema muy vasto, en el que podríamos detenernos durante años incluso, pero que no podemos aquí nada más que esbozar. Si tuviéramos que resumir en dos palabras, cuál fue el ministerio de Jesús en estos viajes misioneros, podríamos decir: predicar y sanar. Los textos evangélicos son abundantes en este sentido, y sería demasiado prolijo abordarlos aquí de uno en uno (por ejemplo: Mt 4,23; 9,35; Mc 1,39; Lc 4, 15.40.43-44; 6,6; 7,21; 8,21; Jn 18,20; Act 10, 38).
Sin embargo, querría señalar que en estas dos dimensiones del ministerio de Jesús encontramos también los dos aspectos fundamentales a través de los cuales la Iglesia continúa la obra del Señor resucitado en la historia: me refiero a la Palabra de Dios y los Sacramentos. Son dos aspectos esenciales en la vida del Pueblo de Dios: la escucha de la Palabra divina y la celebración de los misterios a través de los cuales Dios mismo se hace presente. Palabra y Sacramentos tienen su origen en la humanidad misma del Hijo de Dios y en la manera en la que Él desarrolló el ministerio de su vida pública.
No veamos estos dos aspectos como realidades separadas: en Jesús, ya lo hemos dicho, su mensaje es Él mismo, sus obras hablan y sus palabras son eficaces. Lo mismo sucede en la acción sacramental de la Iglesia, en la que los signos sensibles, materiales, se hacen eficaces por la acción de la palabra. A la vez, en la Liturgia de la Iglesia, la Palabra de Dios ocupa siempre un lugar preminente ya que así lo ha aprendido la Esposa de Cristo de la vida de su Señor.
En este sentido, es relativamente sencillo establecer una relación entre la predicación de Jesús en las sinagogas durante su vida pública y la proclamación de la Palabra de Dios en la vida y la liturgia de la Iglesia pero, ¿por qué decimos que las curaciones del Señor evocan el misterio de la Sacramentalidad de la Iglesia?
Será ésta la cuestión a la que dedicaremos, muy brevemente, las próximas reflexiones. Lo que aquí ya podemos señalar es lo siguiente: el derecho de los bautizados a recibir los demás sacramentos se fundamenta en la Voluntad salvífica de Dios – que quiere que todos los hombres se salven (1Tim 2,4) –, en el proceder mismo de Jesucristo y en el hecho de que tanto la Palabra de Dios como estos mismos sacramentos son, para los creyentes, necesarios para la salvación. Ésta es doctrina católica tal y como fue afirmada por el Concilio de Trento en respuesta a la teología protestante de Lutero y que, por ejemplo, podemos leer en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, el cual se expresa de la siguiente manera: “Para los creyentes en Cristo, los sacramentos, aunque no todos se den a cada uno de los fieles, son necesarios para la salvación, porque otorgan la gracia sacramental, el perdón de los pecados, la adopción como hijos de Dios, la configuración con Cristo Señor y la pertenencia a la Iglesia. El Espíritu Santo cura y transforma a quienes los reciben.” (Compendio 230).
De ahí podemos comprender la gravedad de la situación actual. Cuando los fieles piden recibir los sacramentos, ¡lo que están realmente implorando es la gracia de la santidad - la perfección de la caridad - y la salvación de sus almas! ¿Puede la Iglesia negarles esa salvación? La respuesta es evidente: no. La Iglesia ha recibido de Dios autoridad sobre ciertos aspectos de la vida sacramental pero los rasgos más esenciales, aquellos que tienen su origen en el mismo Jesucristo, y que son, según suele expresarse en el ámbito del Derecho Canónico, “de Derecho divino”, no se pueden modificar.
Iremos viendo todo paso a paso pero, entre tanto, pidamos a Dios que la situación actual finalice muy pronto, que los fieles puedan recibir con libertad, nuevamente, lo antes posible, la gracia de una participación activa en la Santa Misa, y que el Señor conceda salud a los enfermos y vida eterna para todos.
Que Dios os bendiga.