Tercer Domingo en Tiempo de Cuaresma - Homilía
marzo 07, 2021 1:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, nos ha recordado el momento en el que Dios hizo entrega al Pueblo de Israel de lo que hoy conocemos como «diez Mandamientos». El salmo nos ha dicho que las palabras del Señor son espíritu y son vida: lo son porque expresan la alianza que Dios ha establecido con nosotros, y que puede resumirse bien en aquellas palabras del profeta Jeremías (11, 4): «Escuchad mi voz y obrad conforme a todo lo que os prescribo; entonces vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios».
Los mandamientos son la expresión existencial, si puedo hablar así, de nuestra Alianza con Dios. Nosotros recibimos el don de esa Alianza en nuestro Bautismo: ese día, un Dios que nos ha creado para la relación con Él, nos dio vida eterna sin ningún merecimiento por nuestra parte. A veces se oye decir a la gente decir: «no merezco esto»», o bien, «me merezco algo mejor». Lo cierto es que no merecemos ni siquiera existir. Después de nuestros pecados, lo que en rigor merecemos todos es el infierno, por haber herido el Corazón de quien nos ama infinitamente. Por tanto, el don de la vida eterna es un regalo, y así lo expresa la palabra en latín gratia, gracia, que significa gratis.
Dios nos regala la vida eterna y esa vida que Él nos da nos otorga la fortaleza para vencer el misterio del mal y vivir en la plenitud de la caridad, que llamamos santidad. El hombre que recibe el don de la vida divina, expresa su agradecimiento a Dios por ese don con una vida santa. En eso consiste la alianza con Dios: en que él nos da su vida y nosotros la hacemos fértil y fecunda en una vida santa, en la observancia de la ley de Dios. Decía el salmo que el hombre santo encuentra gozo en su cumplimiento, que en ella encontramos la verdadera Sabiduría, que la palabra del Señor tiene más valor que el oro purísimo, que es dulce como la miel para el paladar que, en ella, descubre el amor mismo de Dios.
Lo que una persona que no cumple los mandamientos de Dios está expresando con su vida es que rechaza la alianza con ese Dios que nos ama. Rechaza el don de la comunión eterna con Dios porque elige su placer, o su opinión, o su voluntad, por encima del placer, la verdad y la Voluntad de Dios.
Es importante que unamos los mandamientos de Dios con la alianza porque, en el mundo de hoy, a veces se presenta la ley del Señor como opuesta al amor y a la compasión. Esto es un engaño satánico. Nos dicen que es compasivo acabar con una vida humana inocente en el terrible delito del aborto. Nos dicen que es amor la infidelidad a los votos hechos a Dios en el Matrimonio. Que si quieres a una persona, debes aceptar la orientación sexual que ella elige con independencia de cuál sea su naturaleza de hombre o mujer.
Queridos hermanos: los mandamientos son la expresión del verdadero amor. Como se ha dicho muchas veces, un mundo donde los 10 Mandamientos —no nueve, ni ocho, ni seis, sino todos ellos— fueran respetados por todos los hombres y protegidos por todas las leyes, sería ya un cielo en la tierra. ¿Se imaginan una sociedad regida por la justicia, la compasión, el respeto a la vida y a la propiedad privada para todos, la verdad y la concordia, donde Dios fuera siempre lo primero y el amor al prójimo la brújula de todas nuestras decisiones? ¿Un mundo donde el egoísmo, la violencia injusta, el conflicto social o la soberbia hubieran sido extirpadas para siempre?
El hombre debe volver siempre a la senda de los mandamientos, y ser católico es aceptar estos diez mandamientos, tal y como son enseñados por nuestra Madre la Iglesia. Por su parte, la Iglesia debe predicar a Cristo crucificado, que será siempre necedad para los gentiles y piedra de escándalo para los judíos.
Hoy pedimos al Señor que purifique nuestros corazones como purificó el templo de Jerusalén, con la fuerza de su amor misericordioso que siempre está a nuestra disposición en el sacramento de la Penitencia. Pedimos que purifique a la Iglesia de quienes no buscan la gloria de Dios sino su propio beneficio. Pedimos que veamos la vida cristiana como nuestra mayor alegría y que, caminando por la senda de los mandamientos, seamos fieles a nuestra alianza con Dios y merezcamos así ser recibidos un día en las alegrías eternas del paraíso.