Solemnidad de la Anunciación del Señor
marzo 25, 2020 12:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
REFLEXIONES SOBRE LA CURACIÓN DE UN LEPROSO III
Ayer hablábamos de la actualidad que la Palabra de Dios tiene siempre para nosotros y cómo debemos meditarla con paciencia y sosiego interior. El hecho de que sea eterna significa que siempre es presente, siempre es dadora de vida, siempre es luminosa para nosotros. Por eso, es importante, me parece, evitar la tentación de exigir respuestas cuando nosotros las queremos escuchar. No podemos colocarnos ante Dios como Santiago y San Juan y decirle a nuestro Señor: “Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir” (Mc 10, 35). Esta actitud no es respetuosa hacia Jesucristo porque, ¿quiénes somos nosotros para tratar así a Dios? Ya sabemos lo que deseaban los hijos de Zebedeo: querían que Jesús les asegurase, allí mismo, los dos mejores puestos en su Reino. La contestación del Señor (“no me corresponde a mí concederlo” v. 40) imagino que les decepcionaría bastante y, sin embargo, ahí encontramos también una lección para nosotros: muchas veces, nosotros no sabemos lo que pedimos (v. 38) y Dios, que es muy paciente, nos dará lo que necesitemos si aprendemos a dejarle a Él llevar los tiempos de nuestra vida.
Todo lo que encontramos en la Sagrada Escritura es Palabra de Dios, también los hechos de la vida de Jesús. En el Señor, todo habla, en todo hay un mensaje, una enseñanza, una vida. El Catecismo lo expresa de un modo que a mí siempre me han maravillado: “Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14, 9), y el Padre: "Este es mi Hijo amado; escuchadle" (Lc 9, 35). Nuestro Señor, al haberse hecho hombre para cumplir la voluntad del Padre (cf. Hb 10,5-7), nos "manifestó el amor que nos tiene" (1 Jn 4,9) con los rasgos más sencillos de sus misterios” (CCE 516).
Si esto es así, entonces todo en la vida de Jesús es significativo para nosotros. Las obras y las palabras de Jesús están “intrínsecamente unidas” (Dei Verbum 2) y el Señor actúa en muchas ocasiones para ilustrar lo que dice con lo que hace. Los ejemplos son muy abundantes y no podemos detenernos aquí a citar ni siquiera alguno de ellos. Lo importante es comprender que todo en el Señor, su persona y su obra, es Palabra para nosotros.
Quiero traer, en este sentido, un par de versículos del Evangelio de San Marco que aparecen en el primer capítulo, aunque hoy nos fijaremos en solo uno de ellos. Suele decirse que el segundo evangelio está dividido en dos secciones y una conclusión. La primera sección concluye con uno de los puntos álgidos de todo el Evangelio: la confesión de Pedro en la que, a la pregunta del Señor (“vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Mc 8, 27), proclama que Jesús es el Mesías (v. 29). La segunda parte del Evangelio finaliza con la muerte del Señor y una segunda confesión, esta vez la del soldado romano junto a la cruz, que exclama: “¡verdaderamente, éste era el hijo de Dios!” (Mc 15, 39). Estos dos títulos de Jesús, Mesías e Hijo de Dios, aparecen en el primer versículo del Evangelio, en el título de toda la obra: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.” (Mc 1,1). Estas primeras palabras del Evangelio se podrían entender como una indicación del evangelista que nos está mostrando la estructura general de todo su escrito.
Lo que aquí deseo indicar es la expresión: “Buena Noticia de Jesús”. El genitivo del texto original griego permite dos formas distintas de entender esas palabras: buena noticia que trae Jesús, y buena noticia que es Jesús. Como se ve, desde el principio se nos está enseñando la misma idea de la que venimos hablando, la unión entre la Persona y la actividad, el ser y el obrar, del Señor. Es decir, el Evangelio, la Buena Nueva, no es solo lo que el Señor dice sino que es Él mismo. Su Persona, sus gestos y sus obras, son Buena Noticia porque Él es nuestra salvación, que nosotros tenemos la responsabilidad de recibir.
En estos días en los que tantas personas sienten angustia y miedo por causa de noticias desesperanzadoras, y donde se toman decisiones, tal vez, precipitadas y poco sopesadas, pidamos al Señor que nos conceda recibir la “Buena Noticia de Jesucristo” (v. 1). Pidamos al Espíritu Santo que ponga siempre en nosotros las actitudes interiores más adecuadas para recibir la Palabra de Dios en el recogimiento del corazón, como hizo María. Que cuanto más ruido haya a nuestro alrededor, más silencio traigamos a nuestra vida, cuidando lo que leemos, a quién escuchamos y las cosas que vemos. “El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.” (Mc 13, 31)
Realmente, la única Palabra a la que debemos prestar atención en el bullicio actual es la “Buena Noticia” que nos trae Jesús, la Buena Noticia que es Jesús.