
Solemnidad de la Santísima Trinidad - Homilía
junio 06, 2020 6:30 p. m. · Sergio Muñoz Fita

El domingo de la Santísima Trinidad es uno de los días más especiales del calendario litúrgico. Hoy levantamos la mirada a la “fuente que mana y corre”, en palabras de San Juan de la Cruz. El Misterio más hermoso, la plenitud de vida y felicidad, el Dios de amor y paz (segunda lectura), misericordia y gracia (primera lectura). Contemplándolo desde esta orilla, el alma quiere exclamar con el salmista: “¡Gloria y alabanza a ti eternamente!”
Como saben, esta semana los sacerdotes de la parroquia y las hermanas carmelitas hemos cubierto las once horas que van desde las 7 de la tarde a las 6 de la mañana, todos los días. Ha sido un tiempo muy hermoso de convivencia con el Señor y debo confesar que he pasado varias horas contemplando el icono que nos preside en la Santa Misa de hoy. La oración estos días ha sido una mirada del corazón el Misterio de la Santísima Trinidad tal y como lo vemos aquí representado en esta imagen, inspirada en el famosísimo icono de la Trinidad de Andrei Rublev. Permítanme que comparta con Vds. algunas de las maravillosas enseñanzas que se me han revelado en su contemplación.
Nuestra imagen nos traslada al capítulo 18 del libro del Génesis, a la comida que Abrahán y Sara preparan bajo la sombra de un roble a tres misteriosos personajes, en los cuales la tradición siempre ha visto una prefiguración del misterio de la Trinidad. En mi viaje a Tierra Santa, tuve la gracia de visitar en Hebrón el lugar en el que sucedió esta escena bíblica: en el monasterio ruso ortodoxo de la Santísima Trinidad se venera el tronco seco del árbol primero que dio sombra y cobijo a estos personajes, así como un retoño nacido a partir de él que todavía sigue dando bellotas todos los años. Aunque son tres figuras, Abrahán se dirige a ellos en singular, les llama “Señor” y se postra ante este misterio. Esta mañana, nosotros también somos invitados a adorar el mismo arcano y a servirlo en actitud de escucha durante todos los días de nuestra vida.
En el Misterio de Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son “coeternos y coiguales”, en palabras de San Atanasio. Las 3 Personas son realmente distintas: el Padre no es el Hijo, ni el Hijo es el Padre, ni el Espíritu Santo es el Padre o el Hijo. Sin embargo, comparten la misma naturaleza: no hay tres Señores, sino un solo Señor. No hay tres dioses, sino un solo Dios, “que obra todo en todos”. (1Co 12,6). La Trinidad es unidad en la multiplicidad de tres Personas que son distintas e iguales. Esa unidad y distinción se expresa maravillosamente en la imagen con la similitud de los rostros: las tres figuras tienen la misma cara, el mismo halo, las mismas alas que indican su origen celestial, y se distinguen sobre todo por sus vestidos. El rostro expresa la unidad; los vestidos, la distinción de Personas. Por tanto, la respuesta a la pregunta, ¿qué Persona Divina está siendo representada en cada imagen?, se responde fijándonos en su manera de vestir.
Los colores del icono también son símbolos que representan realidades invisibles. Las tres figuras van vestidas de azul, y el azul expresa el atributo de su divinidad. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios y, sin embargo, no hay tres dioses sino un único Dios. La imagen de la derecha viste, además, una tela verde: el verde es el símbolo de la vida y nos está indicando que ese ángel está representando el Espíritu Santo, “Señor y Dador de vida” como lo llamamos en el Credo todos los domingos. El Espíritu Santo que celebrábamos hace solo 7 días y que se ha derramado en nuestros corazones para que tengamos vida eterna, para unirnos a la comunión de vida con la Trinidad Santa.
La figura central viste dos colores: azul y rojo. Ese ángel representa a nuestro Señor Jesucristo, en quien existen, sin confusión, dos naturalezas: la humana (simbolizada por el rojo de nuestra sangre) y la divina (que vemos en el azul celeste). Podemos volver a escuchar las palabras del Evangelio de hoy mientras contemplamos esta imagen: “tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16)
Finalmente, la imagen de la izquierda sería el Padre. Lo sabemos por varias indicaciones: su cabeza y su bastón están erguidos, indicando su autoridad paterna. Los rostros de las otras dos figuras tienen la cabeza ligeramente inclinada hacia Él en señal de obediencia y respeto. Sus bastones también están inclinados. Incluso la montaña y el árbol al fondo parecen inclinarse en adoración ante el Misterio de la Trinidad y, últimamente, ante el Padre. La imagen despierta serenidad y silenciosamente nos anima a unirnos a la adoración, con Abrahán y Sara, a los pies, o con el mundo creado que vemos en el árbol y la montaña, o con el Hijo y el Espíritu Santo que dan gloria al Padre.
Un último color sobre el que quiero llamar la atención es el dorado, presente en todo el cuadro: en las alas, los halos, los tronos en los que están sentados, la copa, etc. El dorado representa la gloria de Dios en la que todos estamos llamados a participar. En realidad, todo en esta hermosa imagen nos invita a unirnos a este misterio: la geometría de las imágenes, los colores, el gesto de los rostros y la mesa en torno a la cual están sentados y que está abierta al frente para animarnos a que nos unamos a su festín. La Santísima Trinidad es la meta de nuestra vida cristiana y hemos sido creados para la transformación en ese misterio, como explica de modo tan sublime San Juan de la Cruz. En el final de su recorrido espiritual, al alma se une al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en la “unión de amor”. Llegados a ese punto, el alma entra en Dios, vive en Dios, ama en Dios: “no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado; porque dado que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad, pero por modo comunicado y participado, obrándolo Dios en la misma alma? Porque esto es estar transformada en las tres Personas en potencia y sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios, y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza (Gn. 1, 26).”(Cántico Espiritual, estrofa 39, 4)
Concluyamos con una última aplicación: la Santa Misa que celebramos es una participación real en ese misterio. En la imagen, vemos el rostro de Cristo en el cáliz que está sobre la mesa del altar. Nos enseña así visualmente este icono que la Encarnación fue una obra de las Tres Personas divinas, aunque sólo la segunda de ellas, el Verbo eterno, asumiera nuestra naturaleza caída. En la Santa Misa, nos unimos en conversación familiar con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Lo hacemos porque, al comulgar el Cuerpo del Señor, nos incorporamos a Jesús y, en Él, ascendemos a la Trinidad Santa. ¡Qué maravilloso! Uno querría decir con el Doctor Místico: “¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas, y vuestras posesiones, miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que en tanto que buscáis grandezas y gloria os quedáis miserables y bajos de tantos bienes, hechos ignorantes e indignos!” (Cántico Espiritual, estrofa 39, 7) Sólo puede haber comunión, paz, concordia, unidad y gozo en la unión con el Misterio de la Santísima Trinidad. Sin la caridad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, solo hay división, violencia y muerte.
Os invito a que oréis con esta imagen, mirándola silenciosa y amorosamente. Que el Señor nos conceda poner los ojos en su Misterio de amor, en esta familia que es nuestro origen y nuestro destino, y que nos conceda vivir de tal manera que, ya en esta vida, alcancemos la unión total con las Personas Divinas que pregustamos en la Eucaristía y podamos algún día descansar en esa comunidad trinitaria, en esa mirada de amor, en ese misterio de vida, felicidad y luz al que todos estamos llamados.
