
Solemnidad de Asunción de la Santísima Virgen María (Homilía)
agosto 15, 2021 1:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita

¡Hoy celebramos una fiesta de la Virgen María! Como sabéis, en la Iglesia católica existen cuatro dogmas marianos que debemos aceptar por fe: el principal, del que surgen todas las gracias que María recibió, es el de su Maternidad divina. Ella es verdaderamente Madre de Dios. El segundo desde el punto de vista de su declaración en la Historia de la Iglesia es el de su perpetua virginidad: nuestra Madre fue virgen antes, durante y después del parto. El tercer dogma, definido por Pío IX en 1854, es el de su Inmaculada Concepción: María fue preservada de toda mancha de pecado, también del pecado original que todos heredamos de nuestros primeros padres. La última definición dogmática relacionada con María es la que hoy celebramos, la Asunción de María al cielo en cuerpo y alma, solemnemente declarada por Pío XII en 1950.
En realidad, estas cuatro verdades acerca de nuestra Madre están entretejidas: todas se relacionan unos con otras. Por un privilegio especial, y como consecuencia de su vocación como Madre del Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, el cuerpo virginal de María fue preservado de la corrupción del sepulcro y goza ya de la visión beatífica de la Santísima Trinidad en el cielo. Ella es imagen de la Iglesia, pues realiza la meta hacia la cual, en su peregrinación por este mundo que pasa, camina el Pueblo de Dios en la tierra.
De esta preciosísima solemnidad, os invito a fijaros en dos aspectos. El primero es éste: María es para nosotros fuente de esperanza. Las palabras de Isabel en el Evangelio de hoy expresan la fidelidad de Dios a sus promesas: «dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». La fiesta de este domingo es la garantía de que Dios no falla, de que es fiel a su Palabra, que está dispuesto a cumplir incluso lo que a nosotros nos parece inconcebible, para no defraudar a los humildes que ponen en Él su confianza. María ya posee en plenitud lo que nosotros confiamos alcanzar algún día por la misericordia del Señor. Como he dicho en alguna ocasión, lo que para nosotros es futuro, para nuestra Madre es ya presente. Por tanto, no caminamos hacia un sueño irrealizable porque de hecho ya hay una de nosotros, la mujer más hermosa, que goza ahora de aquello que a nosotros, si somos fieles, también se nos ha prometido.
La segunda idea es el de el poder intercesor de nuestra Madre. No está la Virgen en la gloria de vacaciones, ajena a las cuitas y sufrimientos de sus hijos. Como en Caná, María es en el cielo nuestra medianera. Está atenta a nuestras necesidades para socorrernos. Su Asunción no la aleja de nosotros. ¡Todo lo contrario! Sus ojos nos contemplan llenos de compasión, oídos nos escuchan atentamente, sus manos nos bendicen y protegen, su Corazón inmaculado nos ama sin interrupción.
Queridos hermanos, en este 15 de agosto levantamos la mirada al cielo. En esa Jerusalén celeste que es la morada de todos aquellos que han amado a Dios hasta el final, resplandece una estrella en la cual vemos la misma luz de Jesús. Damos gracias a la Santísima Trinidad por haber preservado el cuerpo purísimo de nuestra Madre. Vale la pena sufrir las cruces de esta vida si, al final, el Señor nos concede llegar al abrazo con nuestra Madre.
Honremos a María tratando nuestro cuerpo como el templo del Espíritu Santo que es para nosotros, sabiendo que está llamado a la incorrupción y la gloria, como el de la Virgen. Vivamos gozosos en medio de las pruebas de este mundo fortalecidos con la única esperanza que no defrauda, la que viene de Dios y que ya ha sido cumplida y realizada en María. Y, mientras caminemos por esta peregrinación terrena y vivamos en este exilio hasta alcanzar nuestra patria verdadera en el cielo, tengamos siempre la mirada puesta en aquella que nos dio a Jesús, nos ayuda con su amor y su plegaria a vivir en unión con Él y nos aguarda junto a sí en las alegrías eternas del paraíso.