Sexto Domingo en Tiempo Ordinario - Homilía
febrero 14, 2021 1:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
Como saben, hoy iniciamos la Misión Ecce homo en la parroquia de Santa Ana. Coincidiendo con la Cuaresma de este año, y hasta la noche de Jueves Santo, un nutrido grupo de hombres de nuestra comunidad van a ponerse en camino hacia la cruz de Cristo. Se desean acercar al Señor con la misma petición de aquel leproso que, a los pies de Jesús, suplicaba: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Desean que Cristo les toque el corazón, como tocó la piel podrida de aquel pobre miserable. Quieren, necesitan, buscan un milagro no menor que el que acabamos de escuchar en el Evangelio: la sanación de sus almas, la gracia de una vida nueva. De tal manera se quieren unir al Señor, que desean poder decir con san Pablo: «sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo». Es decir, desean ser una visibilidad del Señor en sus familias, en sus ambientes, en el mundo.
Las palabras de san Pablo son para meditarlas despacio. Su vida era de tal modo semejante a la de Jesucristo que, en él, ¡los hombres podían ver al Señor! Imitar a Pablo era igual que imitar a Jesús, por la sencilla razón de que Jesús y Pablo eran una sola cosa. ¡Qué hermosa es la santidad, que nos hace decrecer para que Cristo se manifieste en nosotros!
Tenemos a unos 150 caballeros participando en la Misión Ecce homo, pero esta mañana yo querría decir lo siguiente: todos estamos comprometidos en esta empresa apostólica. Tal vez no todos estemos participando con los compromisos de la Misión, pero a todos nos corresponde orar por los frutos de la misma. Desde esa perspectiva, la Misión Ecce homo es de todos y para todos. A partir de hoy, pediremos en todas las Misas de la parroquia por esta intención y animo a todos los ministerios parroquiales a que incluyan esta petición en sus oraciones personales y comunitarias, especialmente en el rezo del Santo Rosario aquí o en casa. Esos valientes que están en la Misión cuentan con vuestras oraciones: tal vez el Señor haya hecho depender de ellas la conversión de sus corazones, y no podemos fallar en eso.
Quiero agradecer el esfuerzo que tantas personas están poniendo o van a poner en esta Misión: voluntarios, responsables y, especialmente, los guías espirituales que se han hecho presencia visible del Señor para estos hombres. Gracias a vosotros y a vuestras familias por los sacrificios que habéis asumido por amor a Cristo y a los hermanos.
Pidamos al Señor que la vida de al menos un hombre quede transformada durante esta Misión. Tal vez crean que estoy siendo demasiado rácano. Yo creo, sin embargo, que una vida santa es un grandísimo don para toda la Iglesia. Imagínense qué gran regalo sería para nuestra parroquia y para la familia de ese hombre, que el Señor nos regalara un santo, un hombre conquistado por el Señor del todo. Tal vez pueda parecer que, en el Evangelio de hoy, Cristo solo tocó a un hombre enfermo. En realidad, en ese hombre, Él estaba dando vida a muchos otros: a su familia, por ejemplo, que pudo recuperar así al padre y al esposo que la lepra les había arrebatado; también a todos cuantos oyeron de sus labios la historia de su propia curación y se sintieron movidos a buscar ellos también el encuentro personal con Jesucristo; finalmente, al mundo entero, que hoy podemos encontrar en la Sagrada Escritura el relato de aquella curación y animarnos con la esperanza de un milagro semejante en nuestras vidas.
Le pedimos a san José la gracia de una Santa Cuaresma para todos. Que, como hemos rezado en el salmo, a todos nos conceda la llenarnos con la alegría de la salvación. Que, a todos, nos cure de la lepra del pecado y las otras cadenas que nos tienen atados y nos impidan volar. En forma especial, pedimos por los hombres que hoy inician la peregrinación espiritual de la Misión Ecce homo, para que les dé un corazón nuevo y una vida nueva, vida de santidad, fidelidad y gracia.