
Segundo Domingo en tiempo de Pascua - Domingo de la Divina Misericordia (Lecturas)
abril 23, 2017 1:00 p. m. · Jesucristo

Primera lectura
Hch 2, 42-47
En los primeros días de la Iglesia, todos los que habían sido bautizados
eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la
comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones. Toda la
gente estaba llena de asombro y de temor, al ver los milagros y
prodigios que los apóstoles hacían en Jerusalén.
Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Los que eran dueños
de bienes o propiedades los vendían, y el producto era distribuido entre
todos, según las necesidades de cada uno. Diariamente se reunían en el
templo, y en las casas partían el pan y comían juntos, con alegría y
sencillez de corazón. Alababan a Dios y toda la gente los estimaba. Y el
Señor aumentaba cada día el número de los que habían de salvarse.
Segunda lectura
1 Ped 1, 3-9
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su gran misericordia,
porque al resucitar a Jesucristo de entre los muertos, nos concedió
renacer a la esperanza de una vida nueva, que no puede corromperse ni
mancharse y que él nos tiene reservada como herencia en el cielo. Porque
ustedes tienen fe en Dios, él los protege con su poder, para que
alcancen la salvación que les tiene preparada y que él revelará al final
de los tiempos.
Por esta razón, alégrense, aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de todas clases, a fin de que su fe, sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día de la manifestación de Cristo. Porque la fe de ustedes es más preciosa que el oro, y el oro se acrisola por el fuego.
A Cristo Jesús no lo han visto y, sin embargo, lo aman; al creer en él
ahora, sin verlo, se llenan de una alegría radiante e indescriptible,
seguros de alcanzar la salvación de sus almas, que es la meta de la fe.
Evangelio
Jn 20, 19-31
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de
la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se
presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos
vieron al Señor, se llenaron de alegría.
De nuevo les dijo Jesús:
"La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los
envío yo". Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban
el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán
perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar".
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando
vino Jesús, y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor".
Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y
si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su
costado, no creeré".
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Luego le dijo a Tomás: "Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu
mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree". Tomás le
respondió: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús añadió: "Tú crees porque me
has visto; dichosos los que creen sin haber visto".
Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos
en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es
el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su
nombre.