Segundo Domingo en Tiempo de Cuaresma - Homilía
febrero 28, 2021 1:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
He estado pensando qué decir de las lecturas de hoy, y son tan hermosas y tan profundas que temo no hacerles justicia. En cada una de ellas podríamos quedarnos meditando durante horas y horas.
Creo que hoy podemos fijarnos en el amor infinito del Padre y del Hijo por nosotros, un amor que les llevó a la locura de la cruz. San Pablo nos ha dicho que el Padre entregó a su Hijo por nosotros. ¿Cuándo nos dio el Padre a su Hijo Jesús? Al escuchar estas palabras, seguramente muchos hemos pensado en la Pasión y muerte de Jesús. Sin embargo, en su comentario a la Carta a los Romanos, santo Tomás de Aquino dice algo muy hermoso: él habla no solo de la Pasión sino también de la Encarnación, y señala que el Padre entregó a su Hijo cuando puso en su humanidad el amor que el Padre tenía y tiene por los hombres, de tal manera que Jesús aceptó el sufrimiento de su Pasión movido por el amor a nosotros. Esto es tan hermoso… desde tantos puntos de vista distintos.
En primer lugar, ese amor que el Padre pone en el Corazón de su Hijo es el Espíritu Santo. Por tanto, la obra de la Redención es una obra de las tres divinas Personas. En segundo lugar, la entrega del Padre no consiste en abandonar a su Hijo Jesús a los sufrimientos de la Pasión. La manera de entregar a Cristo consiste en poner en su Corazón humano el amor infinito que Él, el Padre, siente por nosotros. Y cuando el Corazón de Jesús recibe ese amor, que es el amor del Padre, Él se enciende del mismo amor y de los mismos deseos de salvar al mundo, y Cristo ama en su voluntad y su corazón humanos con el amor de su Padre, y en ese amor nos ama, y amándonos así, se siente empujado por el amor a dar la vida por nuestra salvación. Cristo no es entregado a la muerte forzadamente: el amor infinito del Padre por nosotros le llena el Corazón y se ofrece al sufrimiento queriendo sufrir por amor a nosotros, libremente.
Por eso, hoy somos invitados a ver en Jesús el Hijo amado del Padre, como Él mismo lo llama en el episodio de la Transfiguración: «Éste es mi Hijo amado». En ese amor del Padre por Jesucristo, Él nos incluye también a nosotros y nos dice: «tú eres mi hijo amado, y tanto te amo que te entrego a mi único Hijo, Jesús. Él y yo, en el mismo amor, queremos tu redención y aceptamos el misterio de la cruz por amor a ti».
Creo que hoy debemos fijarnos especialmente en el sacrificio de Dios Padre. Nosotros solemos fijarnos en el sacrificio del Hijo, de Jesucristo, y no pensamos en lo que Dios Padre ofrece por nosotros. En la primera lectura hemos oído el episodio del sacrificio de Isaac. El Padre Mendizábal solía decir esto: ¡en realidad, deberíamos llamarlo el sacrificio de Abraham! Lo que Dios está realmente pidiendo no es la muerte del hijo, sino la voluntad del padre de ofrecer lo que él más ama. Pues bien, si Isaac es imagen de Cristo, ¿de quién es imagen Abraham? ¡De Dios Padre!
La entrega de Cristo supuso para el Padre entregarnos lo que Él más amaba. Para darnos vida, ofreció a su Hijo a la muerte. En este drama de nuestra redención, el Hijo se entrega también con el Padre, y los dos lo hacen por amor.
Podemos hoy, por tanto, ir al Corazón de Jesús, lleno hasta rebosar del amor del Padre —que es el Espíritu Santo— y beber de él en esta Santa Misa. Podemos pedir la gracia de recibir también nosotros, como Jesús, ese amor de Dios en nuestros corazones, para encontrar ahí la fuerza y la generosidad para vaciarnos por Dios y por los hermanos. Podemos acoger su misericordia, escuchar a Jesús cuando nos dice que Él no ha venido a buscar a los justos sino a los pecadores y correr gozosos a su abrazo. Podemos también nosotros, fortalecidos por el Amor de Dios que recogemos del Corazón de Jesús en la Eucaristía, abrazar el misterio del dolor y aceptarlo con el gozo de saber que también nosotros hemos de pasar de la cruz a la luz y que, como dice el prefacio de esta Misa, «por la pasión llegamos a la gloria de la Resurrección». Que el Padre nos conceda la gracia de escuchar primero y vivir después en el amor y la palabra de su Hijo Jesús.