Sábado de la IV semana de Cuaresma
marzo 28, 2020 12:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
REFLEXIONES EN LA CURACIÓN DE UN LEPROSO VI
Cerramos la primera semana de estas reflexiones contemplando la oración de Jesús en aquel lugar desierto, antes de la salida del sol (Mc 1,35). De alguna manera, en esa estampa se resume toda la enseñanza de estos seis días. La Palabra eterna de Dios, la Palabra hecha carne, se retira a orar a la soledad y el sosiego de un paraje retirado. ¿Qué más se puede decir? ¿No ven cómo hasta las obras y los silencios del Señor nos enseñan? ¿Quién puede justificar la ausencia de vida interior cuando ve a Cristo orante? ¿Qué necesidad hay de hablar acerca de las disposiciones interiores para una buena oración cuando las vemos todas juntas en el rostro, apenas iluminado por la luz de la luna, del Hijo de Dios? ¿Dónde se aprende mejor la Ciencia del amor y de la espiritualidad cristiana que en la contemplación de Jesús alejándose del bullicio del mundo para abrirse como una flor en la presencia de su Padre celestial?
Seguro que muchos de nosotros, estos días en los que tantas cosas han sucedido, hemos sentido el deseo de salir corriendo y perdernos con Jesús en algún rincón perdido donde nadie pudiera encontrarnos. La realidad es que, cuando rezamos, verdaderamente estamos con Jesús en su plegaria nocturna y, a la vez, Él ora en nosotros porque en el Bautismo fuimos injertados a su Persona. Por tanto, quiero llamar nuevamente a la fidelidad a Jesús en nuestra oración personal hasta que seamos un solo corazón con Él.
En opinión de este pobre sacerdote, en general casi todos hemos caído en la trampa del demonio estos días. Hemos dejado que los acontecimientos nos perturben, que las noticias nos abatan, que las desilusiones nos descorazonen. El enemigo ha movido las aguas, que ahora corren turbias, y así nos ha impedido ver con claridad. Con buenas excusas, “bajo capa de bien” como dice San Ignacio de Loyola, como si fuera un ángel de luz, él que es el príncipe de las tinieblas, nos ha hecho creer que era caridad dedicarle horas interminables a las noticias de un virus.
No quiero hacer todavía una valoración moral de algunas de las respuestas que estamos escuchando estos días. Lo que digo es que, ante tanto ruido, la figura de Jesús orando a solas tiene que decirnos algo. Es una imagen tan poderosa, tan elocuente en su extrema sencillez, que no podemos pasar esta página del Evangelio sin extraer de ella una enseñanza para nosotros.
Mirando a nuestras sociedades en estas últimas semanas, hoy podríamos utilizar las palabras del filósofo danés del S. XIX Sören Kierkegaard, tan perspicaz y tan auténtico en su pensamiento cristiano, y decir: “El estado actual del mundo y de la vida en general es uno de enfermedad. Si yo fuera un doctor y me pidieran mi opinión, les diría "Creen silencio." Lleven a los seres humanos al silencio. La palabra de Dios no puede escucharse en el ruidoso mundo contemporáneo”.
Tal vez hemos perdido los primeros días porque no estábamos preparados para noticias imprevisibles pero podemos aprender de nuestros errores y, a partir de ahora, aislarnos más del ruido y bajar los decibelios del mundo a nuestro alrededor. El silencio es un escudo que protege la paz interior. Es una defensa que nos guarda de caer en la ansiedad y las prisas. Es una fortaleza que levantamos contra los embates del mundo y sus mentiras. Es el espacio interior en el que Dios se manifiesta al hombre que desea escucharlo.
Pidamos a Jesús que en las circunstancias actuales en las que podemos incluso ser obligados a quedarnos en casa, aprovechemos este retiro “impuesto” para estar con el Señor, crear silencio y así, escuchar la única Palabra que da vida eterna.