Quinto Domingo en Tiempo de Cuaresma - Homilía
marzo 21, 2021 1:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
Las lecturas de este domingo son todas tan maravillosas que realmente no sé qué decir, porque siento que cualquier cosa que diga será nada en comparación con los tesoros que cada una esconde. La primera de ellas, del profeta Jeremías, es el famoso pasaje donde Dios promete una nueva alianza escrita en los corazones, no en tablas de piedra. Es decir, es una ley interior, que no se impone, sino que la persona vive porque espontánea y gozosamente desea vivir en esa alianza con Dios. El salmo ha recogido este hilo cuando nos ha hecho repetir las palabras del rey David en el salmo 51: «¡oh, Dios!, crea en mí un corazón puro». Ese nuevo corazón que es fiel al amor de Dios es también un regalo suyo: los hombres que están haciendo la Misión Ecce homo lo están pidiendo diariamente y debe convertirse para todos nosotros en una verdadera obsesión: Señor, dame un corazón bueno, un corazón puro, un corazón agradable a ti. Como también hemos visto en la Misión, ese corazón es en realidad el Corazón de Cristo, y la vida cristiana es una auténtica «operación a corazón abierto», un trasplante de corazón que el Espíritu Santo desea realizar en nosotros, de tal forma que lleguemos a ser verdaderamente uno con el Corazón de Jesús.
En la segunda lectura y en el Evangelio, vemos este Corazón de Jesús, que abraza la Voluntad redentora del Padre y se ofrece por la salvación del mundo. La Carta a los Hebreos es impresionante: Cristo ofreció oraciones y súplicas «con poderoso clamor y lágrimas». ¡Qué ejemplo de obediencia el de Jesús, porque tampoco para él fue fácil obedecer! «Aprendió, sufriendo, a obedecer», nos ha dicho el hagiógrafo. ¿No estamos viviendo el mismo misterio en la Iglesia de hoy? Y, sin embargo, esa obediencia en lo que no es pecado a los superiores legítimos es camino de humildad y de salvación, aunque no lo podamos comprender.
El Santo Evangelio nos ofrece lo que se ha llamado la «oración en el Huerto del Apóstol san Juan». Como sabéis, es en los Sinópticos donde se han recogido las palabras de Jesús en Getsemaní: «Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya». El cuarto Evangelio, en lugar de contener esa expresión, nos ofrece el episodio que acabamos de escuchar, en el que Cristo utiliza palabras distintas que manifiestan la misma actitud interior: «ahora mi alma está agitada, ¿y qué diré? Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre».
La Hora de Jesús es su Pasión y muerte. Es, al mismo tiempo, la Hora de la glorificación del Padre. Es, por la misma razón, la Hora de la glorificación del Hijo, hermoso en su obediencia filial y en su amor redentor.
Se acerca ese momento en el que Cristo atraerá a todos hacia sí. En siete días celebraremos el inicio de la Semana Santa con el Domingo de Ramos. Veremos a un Hijo que obedece sufriendo, que ama obedeciendo, que muere amando. Veremos, abierto, ese Corazón puro que Dios ha creado en el Nuevo Adán, lugar de la Nueva Alianza con los hombres. Hoy se nos pide que miremos a Jesús y nos decidamos a morir con él, en la obediencia, en la fidelidad, en la aceptación gozosa del misterio de la cruz en nuestra vida diaria, en la entrega de nosotros al Padre por la salvación del mundo.
Pidamos a la Santísima Trinidad que nos regale esos corazones que llevan la ley de Dios escrita en el corazón, que la cumplen gozosamente porque, como dice la Escritura, sus preceptos son nuestra herencia para siempre y la alegría de nuestro corazón (Sal 119, 111). Y, cuando nos cueste morir como el grano de trigo, cuando la obediencia sea un gran sacrificio para nosotros, hagámonos fuertes en la esperanza de que, quien se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna y que el Padre premiará a quien, en esta vida, se haga siervo de Jesucristo por amor.
Que el Señor nos conceda esta Semana Santa participar en la muerte de Cristo y que hoy, en esta Santa Misa, nos unamos a Él que, en la Eucaristía, se hace grano de trigo que muriendo nos da vida eterna.