REFLEXIONES SOBRE LA CURACIÓN DE UN LEPROSO
Durante los próximos días, voy a permitirme una licencia que espero que sepáis comprender. En lugar de comentar la Palabra de Dios que la Iglesia nos propone, lo que haré será hablar antes de la Santa Misa, comentando un pasaje del Evangelio que, en las circunstancias en las que nos encontramos, a mí me ha ayudado mucho en mi oración personal. Vino a mí un día, mientras hacía la meditación, cuando estaba intentando hallar el sentido a la avalancha que se nos acababa de venir encima. San Juan de la Cruz tiene estas palabras:: “Buscad leyendo y hallaréis meditando: llamad orando y abriros han contemplando.” Yo hallé en esta contemplación mucha luz y, con vuestro permiso, querría compartirla estos días con vosotros.
El pasaje que iremos meditando juntos, despacio, es el de la curación del leproso que encontramos en el primer capítulo del Evangelio de San Marcos (1:40-45). Me parece que es muy luminoso en las circunstancias actuales porque en el centro de ese episodio, con el Señor, encontramos un hombre enfermo, enfermo de una dolencia contagiosa. Además, si piensan que la cuarentena es un invento del siglo XXI, se equivocan: en este pasaje veremos un ejemplo de ella de hace 2000 años. Pero sobre todo, en este episodio contemplamos la diferencia que existe entre la manera que tiene Dios de afrontar el misterio del sufrimiento humano y la forma en la que nosotros solemos tratar el dolor y la prueba. En las circunstancias actuales, me parece que debemos, más que nunca, aprender de quien es manso y humilde de corazón (Mt 11:29)
En el día de hoy, apenas quiero introducir el asunto y ofrecerlo a vuestra consideración. Iremos desarrollándolo poquito a poco, con una mirada contemplativa, silenciosa, orante.
Quiero hacer al inicio de estas reflexiones, 2 rápidas observaciones: en primer lugar, someto desde el principio lo que yo aquí diga al juicio de la Iglesia, de la que somos hijos y cuya fe nos gloriamos de profesar. Si en algún momento sale de mi boca algo que es disonante con la fe católica, me retracto públicamente desde antes incluso de que ello suceda. Mi interpretación de este episodio evangélico tampoco pretende seguir la corriente de lo que estamos oyendo por parte de la mayoría de personas en relación al coronavirus. Si, por un lado, mis palabras quieren estar siempre en amorosa y filial obediencia con el Magisterio de la Iglesia, por otro lado, reclamo mi derecho para, en aquello que la propia Iglesia permite, yo pueda dar mi opinión libremente, con independencia que pueda gustar más o menos aquello que diga. Según la antigua máxima: “in necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas”. En lo necesario, unidad; en lo dudoso, libertad, y en todo, caridad.
La segunda advertencia inicial es que ruego que se entienda el mensaje en su conjunto, para lo cual será necesario esperar al final de la exposición de este pasaje, cuando concluya este ciclo de reflexiones. Que nadie saque conclusiones precipitadas de una sola de las homilías sin dejarme llegar al término de mi explicación. Como quiero ir paso a paso, y sólo disponemos de unos pocos minutos diariamente, me resultará imposible precisar en cada homilía lo que sólo cuando la exposición quede concluida podrá entenderse mejor.
Ruego, por tanto, que se haga justicia a mis palabras y se juzguen cuando todas juntas, como teselas de un mosaico, formen la imagen completa y acabada de lo que intentaré, con el favor de Dios, decir.
Encomiendo a María Santísima el fruto que mis torpes palabras puedan producir en el corazón de los fieles. Sea todo para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.