Misa en tiempo de pandemia - Jueves de la VII semana de Pascua
mayo 28, 2020 12:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
Estamos intentando, con el favor de Dios, realizar algunas consideraciones acerca del lema parroquial que hemos abrazado juntos desde hace algunas semanas. Hemos explicado como las palabras del Señor, Fiat Voluntas Tua, “hágase tu Voluntad”, utilizadas por Él mismo en su oración personal y transmitidas a sus discípulos en la oración del Padrenuestro, definen la misión y el propósito de Jesucristo. Él vino en obediencia a la Voluntad salvífica de su Padre, que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.” (1 Tim 2,4). La Voluntad del Padre es el alimento que daba vida a Jesús, era su causa, su bandera. Sus últimas palabras en la cruz: “todo está consumado” (Jn 20,30), quieren decir, precisamente esto: es el canto de triunfo de un hombre que ha llevado a término el plan de Dios hasta el final.
La semana pasada dijimos que la Iglesia, obediente al mandato de su Cabeza y Maestro, repite estas palabras varias veces estas palabras en su oración oficial, en la Liturgia. Citábamos a San Agustín, quien nos invita a reconocer en Cristo nuestras propias voces y reconocer a su vez su voz en la nuestra. La Iglesia se une a la oración de Cristo y Cristo se une a nosotros. Nosotros decimos estas palabras por Cristo, con Él y en Él, como nos recuerda la doxología de la Santa Misa todos los días.
A lo largo de la Historia de la Iglesia, los santos han aprendido bien esta lección de Jesús y han hecho suyas, vitalmente, estas palabras del Verbo encarnado. Se puede explicar de maneras muy diversas la santidad e incluso se podría definir desde ángulos muy diferentes. Tal vez, la forma más sencilla sería ésta: la santidad es hacer la Voluntad de Dios. Sería necesario, obviamente, profundizar en esta breve definición pero es, de hecho, una enunciación muy exacta. El santo puede decir con el salmista: “tu voluntad es mi delicia” (Sal 119,16).
Siempre me ha interesado estudiar los rasgos comunes de la santidad, tal y como se refleja en la vida de tantos santos a lo largo de la Historia. Es verdad que hay escuelas de espiritualidad muy variadas, tradiciones litúrgicas muy diferentes, estilos que tienen que ver con momentos históricos diversos y con estados de vida que no siempre coinciden. Creo, sin embargo, que sería posible hacer una especie de Fenomenología de la Santidad, fijándonos en rasgos que se pueden descubrir en todos los santos, con independencia de su origen, cultura, tiempo y condición. Por ejemplo: habrá muchas escuelas diversas, los franciscanos no son los jesuitas y los dominicos no son los carmelitas, las iglesias orientales tienen una sensibilidad muy distinta a la Iglesia latina. Sin embargo, en todas existe este elemento común: la centralidad de la Persona de Cristo en sus dos naturalezas, humana y divina. En eso, San Francisco de Asís y San Ignacio de Loyola, Santo Domingo de Guzmán y San Simón Stock, San Juan Crisóstomo y San Ambrosio de Milán están todos de acuerdo y, por tanto, en ese rasgo debemos marcar el acento porque no es un aspecto accidental de nuestro “ser cristiano” sino una de las columnas sobre las que se levanta nuestra fe.
Pues bien, como no podía ser de otra manera, en esa Fenomenología de la Santidad, me atrevería a decir que buscar la Voluntad de Dios, hacer la Voluntad de Dios, vivir la Voluntad de Dios, descansar en la Voluntad de Dios, es la espina dorsal de todos los santos. No importa cuándo hayan vivido, dónde hayan vivido, la edad que hayan tenido, las cualidades personales que hayan poseído, todos han hecho de la Voluntad de Dios su único objetivo en la vida. No podía ser de otra manera: si la santidad es la unión con Cristo, y la misión de Cristo fue llevar a cumplimiento la Voluntad salvadora de Dios, los mejores discípulos del Señor no podían conformarse con metas más apocadas que ésa. Iremos viendo algunos ejemplos, si Dios quiere, en las próximas semanas.
De momento, pidamos al Señor que sigamos la estela de los mejores hijos de la Iglesia y pidamos a Dios esta rectitud de intención para decir y vivir siempre, con ellos: Seños, en todo y siempre, hágase tu Voluntad.