Jueves Santo, Misa vespertina de la Cena del Señor
abril 09, 2020 7:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
Querida familia de Santa Ana:
1. Comenzamos con esta Santa Misa un Triduo Pascual del todo particular. Hoy, día en el que Jesús nos regaló su presencia en la Eucaristía, deseo comenzar felicitando a los Padres Joal y Job en el día en el que nació nuestro sacerdocio. Tenerles en Santa Ana es un gran regalo que Dios ha hecho a nuestra comunidad y, como párroco, quiero deciros que os estoy agradecidísimo por vuestro ministerio, vuestra sencillez, vuestra alegría y vuestro amor a Cristo y a la Iglesia. Gracias por todo, hermanos. Es un honor servir al Pueblo de Dios con vosotros.
2. Ayer en España murió de manera repentina el único hermano de mi padre, mi tío Jaime. Se desconoce la causa de la muerte y la familia nunca lo sabrá ya, puesto que no hicieron autopsia al cadáver y en menos de 24 horas ya había sido enterrado. Algunos de los síntomas, como la tos, la insuficiencia respiratoria y el dolor muscular apuntan al coronavirus pero, por otro lado, mi tío ya estaba enfermo, por lo que éste es un extremo que tampoco podemos confirmar. Les ruego que lo encomienden en sus oraciones.
3. La primera vez que hablé con mi padre después de conocer la triste noticia, yo no sabía qué decir. Su llanto era el de una persona traspasada por un sufrimiento muy hondo y poco podía hacer su hijo para aliviarle la carga que en ese momento la Providencia había puesto sobre sus hombros. Personalmente, escuchar a un varón expresarse a lágrima viva siempre me ha sobrecogido. Cuando el hombre que llora en cuestión es tu propio padre, ese sonido se te queda ahí dentro y ya no te deja nunca. Es como un eco que resuena siempre y que se rebota sin cesar en las paredes más interiores del corazón.
4. Mi padre sufría por haber perdido a su hermano mayor, a quien tanto quería, y porque la situación actual en España, el famoso confinamiento, no le permitió ir a estar con él o acompañar sus restos mortales al cementerio de su pueblo, donde también están enterrados mis abuelos. Jaime, mi tío Jaime, había muerto a apenas 15 kilómetros y no pudo ni despedirse, ni verlo una última vez antes de partir, ni rezar ante su tumba. Ha sido todo tan rápido, que casi no parece que haya sucedido. ¿Será todo, simplemente, un mal sueño, del que estamos a punto de despertar?
5. Como no se pudo celebrar una misa de funeral por él, se me ocurrió que yo podía ofrecerla desde la capilla de la casa parroquial, aquí, en Gilbert, cosa que hice a las 12:30 de la noche. Mis padres siguieron la celebración desde casa, a través de Internet. Les digo esto porque ayer yo adquirí una mayor conciencia de lo que están viviendo Vds. desde sus hogares estos días. Pocas cosas hubieran podido consolar más a mis padres que participar en la Santa Misa y recibir la Sagrada Comunión. Sin embargo, sólo pudieron asistir a la Misa por el eterno reposo del alma de mi tío a través de Internet. No es lo mismo. ¿Cómo va a ser lo mismo? La primera lectura de hoy nos ha recordado que el cordero se prepara para ser comido. La copa de la nueva alianza de la que hablaba San Pablo, se liba para ser bebida. ¡Qué gran impotencia sentí ayer, mientras veía a mis padres hacer la comunión espiritual desde casa! Una comunión espiritual preciosa, por otra parte, sentida, en la que cada palabra parecía salir del hondón más profundo de sus almas.
6. Creo que ayer, el Señor me dejó sentir algo parecido a lo que están experimentando Vds. desde que no pueden venir aquí, a la iglesia, y participar con nosotros en el sacrificio del altar. Lamento mucho que tengan que pasar por algo así.
Ayer, mientras reflexionaba en el sufrimiento de mi padre, pensaba que una de las causas más lacerantes de su dolor era la distancia que le separaba de su hermano. Quería estar con él y no podía. Más tarde, en la oración, me vino esta idea: “en las lágrimas y el llanto de tu padre por su hermano, mi tío, puedes asomarte, siquiera un poco, al dolor de Cristo por la distancia que también a Él le han impuesto en relación a sus hermanos, nosotros.” Sé que para muchos de Vds., este ejercicio de obediencia, de no poder comulgar, es fuente de un enorme sufrimiento. Pues bien, aquí viene lo verdaderamente impresionante: lo impresionante no es que nosotros tengamos que obedecer. ¡Lo impresionante es que Dios obedezca! Que Él, que es nuestro maestro y señor, como nos ha recordado el mismo Jesús en el Evangelio, que es nuestro Hacedor, se someta a las decisiones de sus criaturas, los obispos, y acepte lo que ellos decidan. Que Dios sea tan humilde que haya elegido el camino de la obediencia y la humillación para redimirnos. Que sea tan humilde que se haya escondido en una pequeña hostia blanca para que nosotros podamos alimentarnos de Él. Que sea tan humilde que haya lavado los pies de sus discípulos Aquel ante quien se dobla toda rodilla y se postran todos los ángeles y santos del cielo. ¡La humildad y la obediencia de Dios!
7. Quiero terminar diciéndoles que, así como mi padre lloraba no poder ver y estar con su hermano muerto, el Señor sufre por no poder estar en el corazón de sus hermanos vivos en la Sagrada Comunión. Él les extraña más de lo que lo hacen Vds. Él, que dijo, “ardientemente he deseado comer con vosotros esta Pascua antes de padecer” (Lc 22,15), ardientemente desea comer con vosotros, que me escucháis desde casa, esta Pascua que es la Eucaristía. Como sacerdote, hoy me limito a trasladaros a todos, personalmente, este deseo ardiente del Corazón de Cristo: Él os quiere, y quiere que le recibáis en la Comunión. También quiere que seamos obedientes como lo fue Él, porque la obediencia en aquello que no es pecado es siempre el mejor antídoto contra el orgullo. No olviden la afirmación de San Juan de la Cruz: “Para enamorarse Dios del alma, no pone los ojos en su grandeza, sino en la grandeza de su humildad.”
8. Que en este Jueves Santo, Dios nos conceda aprender las grandes lecciones de la humildad, la obediencia y el amor. Que lo hagamos de ese Dios que hoy se pone humildemente a los pies de sus apóstoles, mañana se hará obediente hasta la muerte y muerte de cruz, y siempre está a nuestro lado, amándonos, en el Santísimo Sacramento del Altar.