Viernes Santa de la Pasión del Señor
abril 10, 2020 7:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
Acabamos de escuchar el relato de la Pasión según san Juan y realmente poco hay que se pueda añadir a lo que el Evangelio ha puesto ante nuestros ojos y nuestro corazón.
Hoy, tal vez, podemos contemplar al Señor colgado de la cruz, suspendido entre el cielo y la tierra, justo después de su muerte. El soldado ha traspasado su costado y de su Corazón brota agua y sangre. De ese Corazón lleno de amor nace su esposa, que es la Iglesia, y nacen los sacramentos del bautismo y de la Eucaristía, que nos lavan y nos dan vida eterna.
El Corazón de Jesús es el mejor refugio, el único refugio, al que podemos acudir en los momentos de mayor necesidad. El Señor se ha vaciado, ha derramado hasta la última gota de su sangre y, en esa entrega, nos ha redimido. Todo en su Pasión ha sido la obra de un inmenso amor: el amor de un corazón humano. El amor del Corazón humano de Dios.
Cristo ha amado al Padre hasta el final. Se ha entregado en la cruz por amor a Él, para rescatar con su muerte a sus hermanos y así devolver a Dios a quienes nos habíamos revelado y perdido por el pecado.
Jesús ha amado también a los hombres y esa caridad es la que le ha llevado a la Cruz, que es árbol de vida porque el Autor de la gracia se subió a ella para salvarnos. En el Corazón traspasado por la lanzada se nos ha abierto la intimidad misma de Dios. Pero hoy, ese Corazón lleno de amor ha dejado de latir. Se ha parado porque nosotros le hemos quitado la vida. “Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malhechores; porque murió con los malvados, aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca.”
Hoy nos acercamos a ti, Corazón de Jesús, para darte gracias y pedirte el don de la redención. Buscamos tu abrigo para alcanzar misericordia y encontrar gracia, como nos ha dicho la segunda lectura. Sí, danos el don de tu Espíritu Santo y haz que muramos contigo. Que tu agua nos limpie y tu sangre nos vivifique. Tú eres nuestra única esperanza, tú y la mediación materna de María. A Ella dirigimos nuestra mirada porque, tras la muerte de su Hijo en la cruz, toda la esperanza de la Iglesia se aloja en el Corazón Inmaculado de la Virgen.
María, danos a beber de esa esperanza. En las circunstancias más difíciles, cuando nada parece tener sentido, en los días más oscuros en los que no escuchamos siquiera los latidos del Corazón de Jesús, ayúdanos a esperar contigo. La muerte de Cristo es la vida de nuestras almas. Que, a partir de esta Semana Santa tan extraña, nada vuelva a ser igual. Que seamos hijos que, muriendo con el Señor, resuciten también a una vida nueva. Amén.