REFLEXIONES SOBRE LA CURACIÓN DE UN LEPROSO XVIII
Seguro que a estas alturas de la semana, muchos de los que nos siguen en estas reflexiones tendrán una idea de lo que significa la “composición de lugar”. Como si de una representación teatral se tratara, hemos de desplegar el escenario sobre el que contemplaremos el encuentro entre Jesús y el leproso.
Sin embargo, esta comprensión de la “composición de lugar”, tal y como la hemos explicado hasta ahora, es muy superficial, muy deficiente. Muy insuficiente. Si nos detuviéramos aquí, vendría a ser no más que una especie de “película” que vemos como simples espectadores, cuando en realidad, el Espíritu Santo nos invita a meternos dentro de la página evangélica. En español tenemos la expresión, “ver los toros desde la barrera.” No podemos ver los toros desde la barrera. La expresión hace referencia a las corridas de toros, obviamente. Dios no nos invita simplemente a ver la escena desde los asientos de la plaza de toros. Nos invita, por la acción de la gracia, a saltar a la arena del ruedo, con el toro y el torero. Es decir, debemos entrar en el relato y vivirlo en primera persona, no en tercera persona. Todo cambia cuando te das cuenta de que te estás jugando la vida. De repente, todo nuestro mundo interior se focaliza en lo que tenemos ante nuestros ojos. Esto es algo serio. Es una cuestión de vida o muerte, realmente.
¿Cómo podemos vivir los relatos evangélicos en primera persona? La manera más sencilla es pensar que somos uno de los personajes de la historia. En esto, san Ignacio es maravilloso. En sus Ejercicios Espirituales, habla con palabras cargadas de sencillez y profundidad al mismo tiempo. Vamos a tomar como ejemplo sus indicaciones en el viaje de la Sagrada Familia de Nazaret a Belén y en el nacimiento del Señor. En primer lugar, san Ignacio habla de la composición de lugar tal y como hemos intentado describirla, en estos términos:
“[112] Composición viendo el lugar; será aquí con la vista imaginativa ver el camino desde Nazaret a Bethlém, considerando la longura, la anchura, y si llano o si por valles o cuestas sea el tal camino; asimismo mirando el lugar o espelunca del nacimiento, quán grande, quán pequeño, quán baxo, quán alto, y cómo estaba aparejado.”
¿Veis? San Ignacio nos invita a representar interiormente la escena, fijándonos en los detalles del camino, de la cueva de Belén, los valles, las cuestas, etc. Es una contemplación que tiene toda su fuerza en la simplicidad evangélica. Ahora bien, hay que dar un paso más, el de entrar en la escena que mencionábamos antes y, por eso, continúa el Santo:
“El primer puncto es ver las personas, es a saber, ver a nuestra Señora y a Joseph y a la ancila y al niño Jesú después de ser nascido, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndolos en sus neccessidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia possible; y después reflectir en mí mismo para sacar algún provecho.”
¡Qué bonito! Una vez que tenemos el escenario preparado, san Ignacio nos invita a entrar. En este caso, nos invita a ser “un pobrecito y esclavito indigno” que mira, contempla y sirve a la Sagrada Familia en sus necesidades. Y dice: “como si presente me hallase”. ¿Ves? No puedes ser un simple espectador: debes zambullirte en el Evangelio. Como un niño. Sin otra pretensión que mirar y servir a Jesús.
¿Hacemos esto cada vez que tomamos los Evangelios en nuestra oración? ¿No es verdad que nos ponemos a leer sin casi ninguna preparación, sin demasiada reverencia ante la Majestad de Dios? ¿Por qué los santos leían la Sagrada Escritura y salían de ese encuentro con el Señor transformados? Probablemente, porque no lo hacían como muchos de nosotros: ellos leían la Escritura con pasión, con devoción, con la sensación de que sus vidas estaban en juego, con generosidad y sencillez, como niños que saben que nada es imposible para Dios (Lc 1, 37)
Este fin de semana, te invito a que hagas este ejercicio con el relato de la curación del leproso: antes de que lo comentemos juntos, te invito a que lo leas en casa y que, tras la composición de lugar inicial - imaginando el entorno físico de la escena - saltes al interior de la narración. Por ejemplo: imagina que eres un amigo de este leproso y lo acampañas para que vea a Jesús. Has oído que el hombre que hace milagros ha salido de Cafarnaúm y deseas ayudar a quien amas. Imagínate la conversación con tu compañero leproso, imagina el caminar hacia Jesús, la primera vez que lo veis a lo lejos, cómo animas a tu amigo a correr más rápido para llegar al Señor. Imagina los sentimientos de esperanza, o de compasión, o de emoción, que se te agolpan en el pecho mientras caminas presuroso hacia el Señor.
Pasa un tiempo reposado ahí, y verás qué nuevo mundo se te descubre: el mundo de la oración contemplativa, de la Persona de Cristo y de su poder sanador.