Décimotercer Domingo en Tiempo Ordinario (Homilía)
junio 27, 2021 1:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
Quiero comenzar a partir de este fin semana otra serie de homilías, que durarán hasta el final de agosto. En esta ocasión, he tomado las lecturas de las Misas dominicales y he buscado un hilo que esté particularmente presente en ellas. Cuando la homilía trata de las lecturas de cada día, a veces se pierde la perspectiva global, la estructura, la relación entre el mensaje de un domingo y el siguiente. Cuando se leen todas las lecturas a la vez, uno tal vez pierde detalles, pero capta las ideas que más se reiteran o que son predominantes.
Llevo varias semanas rezando sobre este asunto, y he decidido centrarme en dos aspectos: el rechazo del mundo a Cristo y sus discípulos y la Sagrada Eucaristía. Si tuviera que dar un título a esta serie de homilías, utilizaría las palabras que Simeón utilizó para describirle a María la misión de Jesús en la tierra: «signo de contradicción».
Fijémonos, por ejemplo, en las lecturas de este día: en la profecía de Ezequiel, Dios acusa a su Pueblo de haberle rechazado. El Señor llama ahí a Israel un pueblo rebelde, duro de corazón, que se ha sublevado contra Él. En la segunda lectura, san Pablo ha dicho que él está contento en medio de insultos, sufrimientos y persecuciones. Es decir, da por hecho que su mensaje encontrará la oposición de muchos, que le harán incluso violencia y, en efecto, él mismo terminará sacrificado por la espada en Roma. Finalmente, el Evangelio de hoy es la triste historia de Cristo que, al regresar a Nazaret, es rechazado por los suyos, que lo desprecian por ser el «carpintero». Nos dice el texto sagrado que Jesús se sorprendió de su falta de fe.
El mensaje de Yahvé es rechazado. El mensaje del Apóstol es rechazado. Cristo es rechazado y la historia se repite sin interrupción hasta el día de hoy. Si recuerdan, el domingo pasado, el Santo Evangelio relataba los milagros de la curación de la mujer hemorroísa y de la resurrección de la hija de Jairo. Nos decía san Marcos que tales portentos sucedieron cuando Jesús llegó en barca de la otra orilla del lago de Galilea. ¿Qué había pasado en la otra orilla? Que Jesús había sido rechazado por los extranjeros. «Le rogaron que se fuera de allí», dice el evangelista (Mc 5,17). Jesús regresa a la zona judía porque los extranjeros le habían echado de allí. Este domingo, sin embargo, el mensaje no es el rechazo de los extranjeros, sino el rechazo de los suyos, de su Pueblo, de sus vecinos, de su propia familia.Vamos a ir hablando de este tema porque me parece muy importante y, como decía antes, se va a repetir a lo largo de las próximas semanas. En el mundo de hoy, podríamos establecer una analogía: los «extranjeros» son aquellos que no se confiesan cristianos; mientras que la familia de Jesús y su Pueblo es la Iglesia. Y Cristo es rechazado por ambos sin distinción. Es verdad que el Señor encontrará amor en algunos de sus discípulos, pero para la mayoría, Jesús será rechazado, según las palabras de san Juan al inicio de su Evangelio: «vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11).
Nuestro Maestro fue y es un «signo de contradicción». La fidelidad a la enseñanza de la Iglesia se paga en el mundo de hoy con el escarnio, la humillación, la descalificación, los ataques, la caricaturización, la burla, la oposición también por parte de muchos creyentes. La señal de nuestra condición de discípulos del Crucificado es el amor, y la señal de nuestra fidelidad a esa condición es el rechazo del mundo. Dicho de otra manera: o somos nosotros, como Jesús, pacíficos «signos de contradicción» dispuestos a la fidelidad martirial, o no somos cristianos. O nos abrazamos y aceptamos nuestro destino de sufrir persecución por el Evangelio y la Iglesia, o nos convertimos, en palabras de san Pablo, en «enemigos de la cruz de Cristo» (Fil 3,18).
Que el Señor nos conceda la gracia de la unión con Él en el misterio de su rechazo por el mundo para poder ser acogidos eternamente algún día en el reino eterno del Paraíso.