Domingo de la Solemnidad de la Santísima Trinidad (Homilía)
mayo 30, 2021 1:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
Celebramos hoy, siete días después de Pentecostés, el domingo de la Santísima Trinidad. Esta celebración es siempre fuente de esperanza para nosotros que todavía peregrinamos por los caminos de esta vida, en dirección a la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El icono que preside la celebración nos recuerda este Misterio: las 3 Divinas Personas nos invitan a participar del banquete en el que Cristo mismo es la comida. Somos llamados a sentarnos a la mesa de la Eucaristía y recibir en la Sagrada Comunión la gracia santificante que nos une ya ahora de la vida misma de Dios.
En el Evangelio de hoy, el Señor pide a sus Apóstoles bautizar en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. El Bautismo nos introduce en la Iglesia, quien conserva la fe en la Trinidad y nos da acceso precisamente a la intimidad misma de Dios. También alude a eso Jesús cuando dice que «yo estaré con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo». En el Señor, el Misterio inaccesible e invisible se ha manifestado en la debilidad de nuestra carne. En Cristo, vemos a Dios en un hombre. El Verbo encarnado, además, nos manifiesta todo el amor del Padre eterno porque «quien me ha visto a mí ha visto al Padre». El Padre y Él son uno, porque están unidos en el amor personal que es el Espíritu Santo. Y ese Misterio que nos supera absolutamente, no es solo objeto de fe y de esperanza sino que, por la caridad, podemos participar realmente de Él desde ahora.
El Señor está presente en su Iglesia de distintas maneras. Una de ellas, la más eminente, es la Eucaristía. Sin embargo, Jesús también nos dijo: «si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14:23). La inhabitación de la Santísima Trinidad es un misterio maravilloso: verdaderamente, por el Bautismo y nuestra fidelidad al don de Dios, Cristo está con el Padre y el Espíritu Santo en el alma del justo. Nuestros corazones son el cielo en el que Dios mora. La persona en gracia es un templo vivo en el que Dios está presente como Padre y como amigo, llenando con su luz los rincones más ocultos del alma.
Estamos llamados a la participación de ese Misterio ya desde ahora. Dios, que es una comunidad de personas, nos ha creado para formar parte de esa familia. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de ese Dios que no es solitario, sino que es amor, ama y es amado. La Iglesia debe ser la prolongación en la historia de ese misterio de caridad inmensa. Las familias han de ser espacios donde, como sucede en el misterio del mismo de Dios, la diversidad es causa de unidad y la unidad no se ve nunca perturbada por la diversidad.
Hoy es un día para alabar a Dios por habernos creado y llamado a la comunión de vida con Él. Alabemos a Dios que nos llama a ascender al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Renovemos nuestra fe en el misterio central de la revelación. Aceptemos la invitación a entrar en una relación viva con cada una de las Personas divinas. Que nos relacionemos con el Padre como hijos en quienes Él encuentra su complacencia. Que Jesús sea nuestro mejor amigo y nuestro mayor confidente. Que el Espíritu Santo nos ayude a vivir de su presencia en nosotros a través del recogimiento y la caridad constante. Aprendamos de los santos a encontrar en la comunión con Dios la causa de nuestra alegría.
En la conclusión de este mes de mayo que nos disponemos a cerrar mañana, que María nos lleve a una unión amorosa con el Padre, de la que ella fue la mejor hija; con su Hijo Jesús, Ella que fue la primera discípula del Verbo hecho hombre; y con el Espíritu Santo, que llenó de gracia su alma inmaculada y que en esta Santa Misa vuelve a hacer presente para nosotros el cuerpo que fue concebido en el seno purísimo de la Virgen.