Decimosexto Domingo en Tiempo Ordinario (Homilía)
julio 18, 2021 1:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
Seguimos con nuestra serie de homilías titulada «Signo de contradicción», en la que estamos considerando juntos, a partir de la Palabra de Dios, el rechazo del mundo a Cristo y sus discípulos. Creo que hoy es necesario detenerse de forma especial en la figura de los pastores, en su responsabilidad ante Dios y en los estragos que causamos en el Pueblo de Dios cuando renunciamos al honor de ser rechazados por nuestra fidelidad a la Iglesia.
Recuerdo haber escuchado en una ocasión al Padre Mendizábal decir que el sacerdote, que está llamado a actuar in persona Christi, debe también vivir in Corde Christi, en unión de afectos con el Corazón de Jesús. Actuamos en la persona de Cristo cuando celebramos los sacramentos, con independencia de nuestra santidad personal. Sin embargo, actuar en unión con el Corazón de Cristo es el fruto de una transformación que requiere nuestra colaboración con la gracia de Dios. Lo más importante durante el periodo de formación en el seminario no es tanto la adquisición de conocimientos o el desarrollo de nuestras cualidades humanas, sino apropiarnos de los sentimientos del Corazón de Jesús. En el Evangelio de hoy, por ejemplo, hemos escuchado que «se conmovió su corazón» al ver a la multitud como ovejas sin pastor. El buen sacerdote debe sentir esa compasión por las almas con y como Jesús, dejar que el Señor sea el que ame a los hombres en él y por él. Eso es el fruto de muchas horas ante la Eucaristía, la práctica de la negación propia y la entrega de sí mismo a Dios en la oración y en su vida diaria.
En realidad, solo hay un pastor, y por eso todos podemos utilizar con verdad las palabras del salmo que hemos proclamado juntos y decir: «el Señor es mi pastor, nada me falta». Ahora bien, para apacentar a su rebaño, Dios se sirve de hombres, a los que llama a esa misión. La semana pasada y hace dos domingos, por ejemplo, escuchamos las vocaciones de Amós y de Ezequiel, a los que el Señor elige para guiar a Israel. A través del profeta Jeremías, Dios ha prometido apacentar a su pueblo a través de «pastores según su corazón» (Jer 3,15). También la primera lectura de hoy el Señor ha hablado de ellos al decir: «nombraré pastores que les apacienten».
Sin embargo, como también hemos escuchado en la primera lectura de esta santa Misa, existen por otro lado pastores que dispersan y dejan perecer las ovejas, que no las cuidan. En el Evangelio de san Mateo, el Señor los describe como lobos vestidos con piel de oveja (Mt 7,15). Vosotros, que sois laicos, necesitáis saber reconocer unos de otros, porque un mal sacerdote puede hacer mucho daño. Lo hemos visto en tantos lugares, donde tanta gente inocente, especialmente niños, han sufrido a manos de pastores. Dan ganas de llorar solo pensando en esto. También lo contemplamos en la historia de la Iglesia, donde las grandes divisiones y herejías que han fracturado la unidad del Pueblo de Dios han surgido de sacerdotes que con sus doctrinas se alejaron de la fe católica. Arrio era un sacerdote de Alejandría. Lutero era un sacerdote agustino, por poner solo dos ejemplos. Solo Dios ve el corazón de los hombres y, por tanto, nosotros no podemos juzgar a nadie. Sin embargo, sí tenemos la responsabilidad en muchas ocasiones de hacer juicios acerca de sus obras. Es lo que el Señor nos enseñó al decirnos que por los frutos se conoce el árbol (Mt 12,33).
Creo que muchos sacerdotes somos muy cobardes, y creo que el Señor nos retrató perfectamente cuando dijo: «El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y la dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas» (Jn 10,12-13). Los sacerdotes deberíamos sentir como un honor ser atacados por el lobo, que es el demonio y que es este mundo que está en su poder (1Jn 5,19). Sería señal de que estamos en el lado correcto. Sin embargo, muchos huimos porque no amamos a las ovejas in Corde Christi, en unión con el Corazón de Cristo, que dio su vida por ellas (Jn 10,11). Renunciamos así a ser signo de contradicción por cansancio, por cobardía, por egoísmo y, además, los sacerdotes somos muy buenos en vestir como amor lo que en realidad es pecado.
En su comentario al Evangelio de san Juan, santo Tomás escribió que la misión del pastor es la caridad (officium pastoris caritas est) La misión principal del sacerdote es la de continuar la misión de Cristo, amar con el Corazón de Jesús buen pastor, pastorear a las ovejas como él lo hizo, es decir, cuidándolas de los peligros y llevándolas a los pastos verdes de la Palabra de Dios interpretada auténticamente por la Iglesia y de los sacramentos.
El sacerdote que no anuncia el Evangelio y que se avergüenza de la enseñanza de la Iglesia es un lobo, aunque venda muchos libros, hable muy bien, sonría con dulzura y cuente con el aplauso del mundo. En su carta a los Gálatas, San Pablo nos ha dejado una manera de reconocer a un mal pastor. Dice así: «Me sorprende que ustedes abandonen tan pronto al que los llamó por la gracia de Cristo, para seguir otro evangelio. No es que haya otro, sino que hay gente que los está perturbando y quiere alterar el Evangelio de Cristo. Pero si nosotros mismos o un ángel del cielo les anuncia un evangelio distinto del que les hemos anunciado, ¡que sea expulsado! Ya se lo dijimos antes, y ahora les vuelvo a repetir: el que les predique un evangelio distinto del que ustedes han recibido, ¡que sea expulsado! ¿Acaso yo busco la aprobación de los hombres o la de Dios? ¿Piensan que quiero congraciarme con los hombres? Si quisiera quedar bien con los hombres, no sería servidor de Cristo.» (Gal 1,6-10).
Un sacerdote no puede buscar quedar bien con los hombres, porque eso sería traicionar el Evangelio. Si un sacerdote desobedece la fe de la Iglesia que él prometió comunicar con fidelidad, es un lobo. En el mundo de hoy existen: son sacerdotes y obispos que confunden y que, si no se arrepienten, serán castigados por Dios, como hemos escuchado en la primera lectura. Un sacerdote que predique, por ejemplo, a favor del aborto o de la anticoncepción, o de los actos sexuales entre personas del mismo sexo, o que desproteja la Santísima Eucaristía, o que creyendo y predicando todo eso de acuerdo con la doctrina de la Iglesia, no ama con el Corazón de Cristo y se aprovecha de los más débiles, es un lobo.
Por tanto, no tenemos que juzgar a nadie, pero si un día yo llego aquí y afirmo algo contrario a la fe y la moral católica, no me hagáis caso, expulsadme de aquí. Y no quiero hablar solo de otros, como si yo me considerara a mí mismo un buen pastor: de hecho, yo también fui un mal pastor y también renuncié al honor de ser signo de contradicción cuando, hace un año, no os dejé recibir la Sagrada Eucaristía. San Pablo nos ha dicho en la segunda lectura que Cristo es nuestra paz. Por tanto, la paz de la que el sacerdote es mensajero no consiste en ocultar la verdad o peor aún, en adulterarla. La paz que anuncia el sacerdote es predicar a Jesús e invitar a todos los hombres a la conversión y a la unión con Él.
Pidamos, pues, a Dios que nos conceda sacerdotes que sean signos de contradicción con Cristo, el Buen Pastor, que murió para dar vida a sus ovejas. Que, aquellos que actúan en la persona de Cristo, vivan también en el Corazón de Jesús y que, a través de la humildad, la caridad y la santidad, ayuden a sus hermanos los hombres a alcanzar la salvación eterna.