Decimosegundo Domingo en Tiempo Ordinario (Homilía)
junio 20, 2021 1:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
El fin de semana pasado comenzamos a hablar de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, al que está dedicado este mes de junio. Dijimos que íbamos a centrarnos en tres páginas evangélicas en concreto y el domingo anterior nos centramos en el pasaje en el que el Corazón de Jesús aparece como lugar de nuestro descanso y como raíz de la vida interior de Jesucristo que todos estamos llamados a imitar. Es decir, la imitación a la que nos invitaba Cristo no era una imitación material, sino una imitación de las virtudes y afectos de su Corazón. También nos invitaba a ir a Él cuando estamos cansado y necesitamos cariño y comprensión.
Hoy os invito a considerar una segunda página de la Escritura, en este caso, del Evangelio de san Juan: «el último día, el principal de la fiesta, Jesús en pie, gritó: “si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que cree en mí. Como dice la Escritura: ‘de su seno brotarán torrentes de agua viva’» (Jn 7,37-39). Hasta aquí, las palabras de Jesús. Y san Juan comenta: «esto lo dijo a propósito del Espíritu que recibirían los que creyeran en Él, pues todavía no había espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado».
Este texto, a veces aparece puntuado de manera equivocada. Hay que puntuarlo como el Papa Pío XII lo hizo en la Encíclica Haurietis Aquas, auténtica Carta Magna de la devoción al Corazón de Jesús. Las palabras de la Escritura que cita Jesús («de su seno brotarán torrentes de agua viva»), no se refieren a la persona que cree en Jesús. ¡Se refieren a su propio Corazón! El Señor invita al sediento a beber de su Sagrado Corazón, del que brotan torrentes de agua viva.
San Juan nos dice que el torrente de agua viva que Jesús promete es el Espíritu Santo, que Él comunica a los que se le acercan. Ese torrente brota de su interior. La palabra griega, koilía, significa interior, pero tiene detrás una palabra hebrea que propiamente significa corazón.
A lo largo de la vida, a medida que van pasando los años, tenemos la impresión de que nuestro corazón está seco. A pesar de nuestros esfuerzos, ¡qué pocas flores y frutos de buenas obras lo embellecen! Está seco. Pues bien, apropiémonos de la profecía de Ezequiel, en la que nos habla de ese río que da vida al desierto. Tenemos una fuente, su Corazón, y lo único que tenemos que hacer es beber de ella. Es un manantial inagotable, que según va pasando por el arenal, hace que lo que era páramo se convierta en un paraíso, en un vergel, en un jardín. Cuando me acerco al Corazón de Jesús, acudo a la fuente. Si en texto de san Mateo que contemplábamos la semana pasada, el Corazón de Jesús aparecía como lugar de descanso, aquí lo vemos como fuente de vida capaz de transformar mi corazón, que está árido y seco, para que se convierta en un paraíso, en una «nueva creación», como nos decía san Pablo en la segunda lectura.
Sí, el Corazón de Jesús es la fuente a través de la cual se nos comunica el Espíritu Santo, que es fuerza en nuestra debilidad y torrente de agua viva que puede transformar el corazón de cada hombre y transformándolo, si antes era un desierto y en un erial, hace que sea un jardín que nunca está seco, que constantemente produce flores de virtudes y frutos de buenas obras.
El Corazón de Jesús existe hoy; existe como corazón vivo en Cristo resucitado. Cristo resucitado me es cercano en la Eucaristía, en el sagrario puedo tener el contacto directo, cercano, diario, que permite que ese torrente de agua viva pase de su Corazón al mío. El momento privilegiado de contacto con esa fuente de vida es la Sagrada Comunión, cuando su Corazón se pone junto al mío, la fuente junto al desierto, y en esa cercanía, Él puede regar mi alma y darle vida, darle Espíritu Santo.
Pidámosle al Señor, pues, que nos ayude a tener siempre sed de ese encuentro personal, diario, íntimo, con el Corazón de Jesús, especialmente en la oración personal, el Sacramento de la Penitencia, y la Sagrada Comunión. Que así Él nos regale, como diremos en la oración sobre las ofrendas de esta santa Misa, un corazón agradable a Él. Que el Espíritu Santo nos una al Corazón de Cristo y nos haga criaturas nuevas. Que vivamos urgidos por el amor de Jesús para que, a partir de ahora, ya no vivamos para nosotros, sino para aquel que por nosotros murió y resucitó.