Decimoquinto Domingo en Tiempo Ordinario (Homilía)
julio 11, 2021 1:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
Seguimos con esta serie de homilías que hemos dado en llamar «Signo de contradicción». La semana pasada vimos cómo el rechazo comienza con el Señor Jesús y su Evangelio. Hace dos semanas, Cristo era rechazado por los extranjeros que le rogaron salir de su territorio. Hace 7 días, eran sus propios vecinos y conocidos quienes le despreciaban. En el relato de san Lucas senos dice que lo sacaron de Nazaret para despeñarlo (Lc 4,16-40). Sabemos que no sucedió solo en su ciudad: Jesús llora ante Jerusalén porque la Ciudad Santa ha rechazado la salvación que Él les había anunciado. También recordamos sus palabras a Corazaín, Betsaida y Cafarnaúm por no haber aceptado su predicación y arrepentido de sus pecados (Mt 11,21-24). Toda la vida del Señor está marcada por esa condición de «signo de contradicción»: desde el primer día de su vida en que es rechazado por su pueblo y debe huir a Egipto, hasta el final de su existencia sobre la tierra, donde tras encontrar el rechazo de los sacerdotes, escribas y fariseos, debe escuchar en la Pasión las voces de su propio Pueblo clamar: «que su sangre caiga sobre nosotros y nuestros descendientes» (Mt 27,25). Los judíos le rechazan, escogen a Barrabás y al Señor lo torturan hasta la muerte en la cruz.
El Señor explicó la razón de este odio del mundo a su Persona y su mensaje cuando, en el capítulo tercero del Evangelio de San Juan, en su conversación con Nicodemo, exclamó: «El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: LA LUZ VINO AL MUNDO, Y LOS HOMBRES PREFIRIERON LAS TINIEBLAS A LA LUZ, PORQUE SUS OBRAS ERAN MALAS. TODO EL QUE OBRA MAL ODIA LA LUZ, por temor a que sus obras queden descubiertas» (Jn 3,18-20).
«Los hombres prefirieron las tinieblas a la luz». Realmente, es así de sencillo. La Palabra de Jesús es luz. El amor del Señor es luz. El mundo odia la luz. El verbo odiar que usa el Señor en el Evangelio de san Juan en varias ocasiones expresa la intensidad del rechazo que este mundo siente hacia Jesucristo. No es un simple desprecio, o un menosprecio cualquiera: es odio que lleva a desear quitar la vida del otro. Odio hacia Cristo que se prolonga en los que se hacen uno con Él en el mundo de hoy.
De eso nos habla el Evangelio de hoy: del rechazo a los discípulos del Señor. Jesús les advierte de que no les van a recibir en muchos lugares, de que serán también ellos rechazados, y así, les dice: «Si en algún lugar no os reciben ni os escuchan, al salir sacudíos el polvo de las sandalias, como una advertencia para ellos». Este domingo, Cristo envía a sus apóstoles y, como dirá más tarde, durante la Última Cena: «si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado primero. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os elegí y os saqué de él, el mundo os odia (…) No es más grande el servidor que su señor. Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15, 18-20).
El discípulo que se ha unido a Cristo en el Bautismo participa de la misma vida de Jesús. En la medida en que nos transformamos en el Señor, nos hacemos luz. La caridad nos hace luz. Nuestra palabra, cuando repite la enseñanza de Cristo y de su Iglesia, es luz. Nuestra vida entera se transforma en luz… y el mundo no puede amar la luz porque el mundo solo puede amar lo que es semejante a sí, y él es oscuridad.
¿Somos de verdad conscientes de lo que nos está diciendo aquí el Señor? Recuerdo unas palabras que leí en el Seminario, que san Ignacio de Antioquía escribió a la Iglesia de Magnesia antes de sufrir martirio que tanto me impresionaron que no las he podido olvidar nunca: «si no estamos dispuestos a correr a la muerte por Él, para imitar su Pasión, su vida no está en nosotros» (Epístola a los Magnesios 2,4).
Queridos hermanos, ¿estamos dispuestos a ser odiados por nuestra fidelidad a Cristo y a la Iglesia? ¿A ser perseguidos por el Señor y ser objeto de mofa, desprecio, rechazo y burla? ¿No estamos todos llamados a ser testigos y apóstoles en nuestras familias, nuestro trabajo y nuestras comunidades? Por eso, las palabras del Señor en este Evangelio de hoy son también una advertencia: no puedes ser discípulo a medias, ni pretender la gloria sin pasar por el mismo camino de rechazo y odio del mundo que recorrió el Señor. Sí: ser su discípulo es ser también odiado por el mundo. Nuestra respuesta a ese odio solo puede ser el amor, el perdón, el coraje y la fidelidad a la enseñanza de Cristo y de la Iglesia, que brilla más hermosa cuanto más es combatida.