Decimoprimer Domingo en Tiempo Ordinario (Homilía)
junio 13, 2021 1:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
| En las Misas de este y los próximos dos fines de semana, querría tomarme una cierta licencia y utilizar estas homilías para hablar de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, cuya Solemnidad celebramos el pasado viernes y al que está dedicado este mes de junio en el que nos encontramos.
La devoción al Corazón de Cristo no es una devoción más: la Iglesia la ha llamado«la norma de vida más perfecta» (Haurietis Aquas 4), porque es la que nos mueve con más suavidad y, al mismo tiempo, más ardor, al amor de nuestro Señor. Obviamente, es imposible decirlo todo en los pocos minutos de tres homilías. Por eso, querría centrarme en tres pasajes evangélicos donde se habla del Corazón de Jesús. Lo hago así porque también se ha dicho que es una devoción que no está basada en las Sagradas Escrituras, y eso es sencilla y rotundamente falso. Los fundamentos de esta manera de vivir la fe se encuentran en la misma Palabra de Dios. Para este domingo, fijémonos en lo que afirma de sí mismo el Señor en el Evangelio de san Mateo (11,28-30): «Venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis reposo para vuestra alma, pues mi yugo es llevadero, y mi carga ligera».En este texto, aparecen dos ideas fundamentales: la primera es una invitación a que aprendamos de Jesús, a que le imitemos. El deseo de imitar a Cristo es fundamental en la vida cristiana, pero la imitación del Señor no puede ser una imitación romántica, de los aspectos materiales de su vida. No se trata de vivir en Tierra Santa, o de vestir con túnica y sandalias, o dejarse la barba si somos varones. Por otro lado, es imposible para nosotros: ninguno ha nacido en un pesebre, ni hemos pasado nuestra infancia en un taller de carpintería, ni podemos recorrer los mismos caminos que pisó el Señor. Si en eso consistiera la imitación cristiana, siempre habría un abismo, una desconexión entre Él y nosotros. Por el contrario, lo que Jesús nos pide que imitemos es su Corazón, sus afectos y sus virtudes. «Aprended de mí que soy manso y humilde de Corazón». El Corazón de Jesús es lo que dio unidad a toda la vida del Señor: desde el primer momento de la Encarnación, Jesús vivió en continuo ofrecimiento al Padre. Son esas actitudes las que hay que aprender de Cristo. Él menciona expresamente la mansedumbre y la humildad, pero no olvidemos que, en todas las culturas, el corazón es el símbolo del amor. Por tanto, es necesario también imitar a Cristo en su caridad: es decir, en nuestra imitación de Cristo, no debemos irnos «por las ramas», sino que debemos llegar a la raíz del comportamiento del Señor, su Corazón, un Corazón que es un infinito e inagotable amor. De ese Corazón surge todo lo que Jesús realiza. Pero es que, además, en la cultura hebrea, el corazón no es solo símbolo de amor: es también símbolo de la vida interior. La vida interior del Corazón de Jesús es su diálogo íntimo con el Padre. De ahí brota, como de una fuente de aguas vivas, todo lo que Él es y hace. La primera idea de este pasaje evangélico es, pues, la de la imitación del Corazón de Jesús. En el texto de san Mateo, sin embargo, no solo se nos habla de esta imitación: además, aparece el Corazón de Jesús como el lugar de reposo: «venid a mí, que soy manso y humilde de Corazón, y encontraréis vuestro descanso». En nuestra intimidad y en nuestra relación con Cristo, necesitamos reclinar la cabeza espiritualmente en su Corazón, del mismo modo que, de una manera material, hizo san Juan en la Última Cena. El amor de Jesús hacia mí debe ser el descanso en el que me apoye, en el que encuentre refugio, consuelo, comprensión. Cuando estoy cansado, abrumado, agotado, deshecho, desanimado, mi oración y mi intimidad con Cristo ha de consistir en reclinarme en su Corazón y encontrar allí, en su pecho, descanso y fortaleza. Quedémonos con estas reflexiones esta semana. Como nos ha dicho hoy san Pablo en la segunda lectura, busquemos agradar al Padre. Para eso, para agradar a Dios, busquemos imitar las virtudes del Corazón de Jesús, especialmente la mansedumbre, la humildad y el amor. Que el Corazón del Señor sea de verdad el lugar de nuestro descanso, particularmente en el misterio de la Eucaristía, y que allí encontremos nuestro refugio, nuestro solaz y nuestra fortaleza. |