Cuarto Domingo en Tiempo de Cuaresma (Homilía)
marzo 14, 2021 1:00 p. m. · Sergio Muñoz Fita
El cuarto domingo de Cuaresma recibe el nombre de Domingo Laetare. Este nombre es la palabra latina que traduce el inicio del versículo del libro del Profeta Isaías en el que Dios anuncia a la ciudad de Jerusalén la alegría de su salvación: «Laetare, Jerusalem: ¡alégrate, Jerusalén, y gozad con ella, todos los que la amáis! ¡Alegraos de su alegría los que por ella llevasteis luto! Mamareis a sus pechos y os saciareis de sus consuelos y apurareis las delicias de sus ubres abundantes» (Is 10-11). Es la alegría de Jerusalén que ve cómo sus hijos en exilio retornan a ella. La primera lectura nos hablado precisamente del saqueo de la Ciudad Santa y de la marcha del Pueblo judío a Babilonia, como castigo por haber rechazado el mensaje de Dios:
«El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas».
Sin embargo, la lectura finalizaba con la decisión de Ciro, rey de Persia, de reconstruir Jerusalén y de permitir a los judíos regresar a casa. Por tanto, Jerusalén es invitada a alegrarse porque, aunque sus hijos todavía no han llegado de aquel país lejano, de alguna manera ya los ve venir desde lejos: se le anuncian días de felicidad, días mejores, que llenarán de gozo su corazón. Los días de purificación habían terminado. Se acercaba el momento de regresar.
La Iglesia quiere que hoy nosotros hagamos una experiencia similar. La Cuaresma es un tiempo de purificación como lo fue el exilio para Israel, pero hoy se nos anuncia que esa purificación a través del sacrificio y la espera terminará también para nosotros. Será en Pascua cuando proclamaremos la gran alegría de la que la primera lectura fue solo una promesa: si los israelitas se alegraban por el final de su liberación y su regreso a casa desde Babilonia, a nosotros se nos ha prometido una obra mayor: con su resurrección, Cristo rompe las cadenas del pecado y de la muerte que nos esclavizan, nos liberta de la opresión de nuestra vida vieja y nos lleva de regreso al hogar: la comunión con Dios en esta vida y la alegría eterna del Paraíso. Por tanto, si por un lado la Iglesia nos invita hoy a vivir la Cuaresma con intensidad y esperanza ante la luz de la mañana que ya comienza a despuntar, por otra parte nos anima a vivir esta vida como un camino de purificación para la otra; como un exilio hasta nuestra morada permanente en el cielo; como una carrera contrarreloj para abrazarnos al misterio de Cristo crucificado, recibir la misericordia de Dios, convertirnos de nuestra vida como esclavos de Satanás, «dedicarnos a las obras buenas» de las que hablaba san Pablo, y alcanzar la salvación definitiva en una vida, santa ahora, y gloriosa en la eternidad. ¡Alegraos porque la liberación del Señor está cerca!
Me gustaría servirme de este mensaje que hoy nos entrega la Palabra de Dios para hacer una aplicación a la situación que está viviendo la Iglesia en el momento presente. Hace un año exactamente, comenzaba este Calvario de la pandemia. Sé bien cuánto habréis sufrido muchos de vosotros por haber perdido a vuestros seres queridos a causa de esta enfermedad. Sé de vuestro dolor porque no os dejaron estar junto a ellos en sus últimos momentos. Para otros, el sufrimiento ha tenido que ver con la pérdida del trabajo, o con los problemas económicos y sociales derivados de la gestión realizada por parte de las autoridades. Para otros muchos, el mayor dolor es de origen espiritual, y tiene que ver con la forma en que la Iglesia ha reaccionado a este reto: el sinsentido de muchas medidas, los ultrajes a Jesús en la Eucaristía, la tristeza por ver los templos vacíos y por las nuevas dinámicas que se han introducido y que despiertan vuestra perplejidad, vuestra decepción, vuestra razonable indignación o vuestro más que justificado desacuerdo. Debo invitaros a que ofrezcáis todo ese dolor como purificación por vuestros pecados y por los pecados del mundo entero. Como Israel en el exilio, éste es un tiempo de prueba que ha venido sobre nosotros, tal vez, porque como les sucedió a ellos, tampoco nosotros escuchamos la Palabra de Dios a su debido momento. Sin embargo, este domingo quiero anunciaros que se acerca el día de nuestra liberación. Con la Iglesia, con el profeta, yo os digo también: «¡alegraos!». Ese Dios que nos ama y nos ha dado a su único Hijo, nos dejará ver la luz al final de este túnel oscuro en el que por tanto tiempo hemos estado caminando.
El miércoles pasado, los párrocos tuvimos un webinar con el Sr. Obispo para hablar de la nueva fase que se abre a partir de ahora. Personalmente, yo hubiera querido escuchar más de lo que oí, pero en cualquier caso me quedo con lo bueno que se nos comunicó entonces: el obispo y la Diócesis tienen la voluntad de volver a eso que solemos llamar «normalidad», y nos han pedido que demos pasos en esa dirección. Con ese fin, en los próximos días anunciaré ciertos cambios en nuestras celebraciones litúrgicas que espero que den una bocanada de aire fresco a quienes estáis sufriendo con todo lo que está pasando. Estos cambios comenzarán a partir del Triduo Pascual que nos espera en dos semanas. Tal vez para algunos, estos cambios sean demasiado poco todavía. Quizás para otros sean demasiados. No lo sé. Tomaré las decisiones que en conciencia vea más convenientes, pensando en el bien de las almas y dentro del ámbito de la obediencia, que es junto con la caridad y la fidelidad al Depósito de la Fe, el único modo de preservar el don de la unidad dentro de la Iglesia.
Queridos hermanos: pidamos al Señor, por la intercesión de san José, cuya fiesta celebraremos gozosos el próximo viernes, la gracia de vivir la Cuaresma y este momento en la vida de la Iglesia como una merecida purificación por nuestros pecados, y la gracia de alegrarnos en la esperanza de saber que los días de exilio y oscuridad están ya terminando y que, si somos fieles, regresaremos felices a Jerusalén, que hoy representa para nosotros una vida en paz como la que tuvimos un día y, sobre todo, la salvación definitiva que Cristo nos ofrecerá dentro de poco en el misterio de su Muerte y su Resurrección.