
Cuarto Domingo en Tiempo de Cuaresma (Lecturas)
marzo 25, 2017 6:30 p. m. · Jesucristo

Primera lectura
1 Sm 16, 1b. 6-7. 10-13a
En aquellos días, dijo el Señor a Samuel: "Ve a la casa de Jesé, en Belén, porque de entre sus hijos me he escogido un rey. Llena, pues, tu cuerno de aceite para ungirlo y vete".
Cuando llegó Samuel a Belén y vio a Eliab, el hijo mayor de Jesé, pensó: "Éste es, sin duda, el que voy a ungir como rey". Pero el Señor le dijo: "No te dejes
impresionar por su aspecto ni por su gran estatura, pues yo lo he descartado, porque yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones".
Así fueron pasando ante Samuel siete de los hijos de Jesé; pero Samuel dijo:
"Ninguno de éstos es el elegido del Señor". Luego le preguntó a Jesé:
"¿Son éstos todos tus hijos?" Él respondió: "Falta el más pequeño, que
está cuidando el rebaño". Samuel le dijo: "Hazlo venir, porque no nos
sentaremos a comer hasta que llegue". Y Jesé lo mandó llamar.
El muchacho era rubio, de ojos vivos y buena presencia. Entonces el Señor
dijo a Samuel: "Levántate y úngelo, porque éste es". Tomó Samuel el
cuerno con el aceite y lo ungió delante de sus hermanos. A partir de
aquel día, el espíritu del Señor estuvo con David.
Segunda lectura
Ef 5, 8-14
Hermanos: En otro tiempo ustedes fueron tinieblas, pero ahora, unidos al
Señor, son luz. Vivan, por lo tanto, como hijos de la luz. Los frutos
de la luz son la bondad, la santidad y la verdad. Busquen lo que es
agradable al Señor y no tomen parte en las obras estériles de los que
son tinieblas.
Al contrario, repruébenlas abiertamente; porque,
si bien las cosas que ellos hacen en secreto da vergüenza aun
mencionarlas, al ser reprobadas abiertamente, todo queda en claro,
porque todo lo que es iluminado por la luz se convierte en luz.
Por eso se dice: Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
Evangelio
Jn 9, 1-41
En aquel tiempo, Jesús vio al pasar a un ciego de nacimiento, y sus
discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera
ciego, él o sus padres?" Jesús respondió: "Ni él pecó, ni tampoco sus
padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios. Es
necesario que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día,
porque luego llega la noche y ya nadie puede trabajar. Mientras esté en
el mundo, yo soy la luz del mundo".
Dicho esto, escupió en el
suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le
dijo: "Ve a lavarte en la piscina de Siloé" (que significa 'Enviado').
Él fue, se lavó y volvió con vista.
Entonces los vecinos y los
que lo habían visto antes pidiendo limosna, preguntaban: "¿No es éste el
que se sentaba a pedir limosna?" Unos decían: "Es el mismo". Otros: "No
es él, sino que se le parece". Pero él decía: "Yo soy". Y le
preguntaban: "Entonces, ¿cómo se te abrieron los ojos?" Él les
respondió: "El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los
ojos y me dijo: 'Ve a Siloé y lávate'. Entonces fui, me lavé y comencé a
ver". Le preguntaron: "¿En dónde está él?" Les contestó: "No lo sé".
Llevaron
entonces ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día
en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. También los fariseos le
preguntaron cómo había adquirido la vista. Él les contestó: "Me puso
lodo en los ojos, me lavé y veo". Algunos de los fariseos comentaban:
"Ese hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado". Otros
replicaban: "¿Cómo puede un pecador hacer semejantes prodigios?" Y había
división entre ellos. Entonces volvieron a preguntarle al ciego: "Y tú,
¿qué piensas del que te abrió los ojos?" Él les contestó: "Que es un
profeta".
Pero los judíos no creyeron que aquel hombre, que había
sido ciego, hubiera recobrado la vista. Llamaron, pues, a sus padres y
les preguntaron: "¿Es éste su hijo, del que ustedes dicen que nació
ciego? ¿Cómo es que ahora ve?" Sus padres contestaron: "Sabemos que éste
es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve o quién le haya
dado la vista, no lo sabemos. Pregúntenselo a él; ya tiene edad
suficiente y responderá por sí mismo". Los padres del que había sido
ciego dijeron esto por miedo a los judíos, porque éstos ya habían
convenido en expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el
Mesías. Por eso sus padres dijeron: 'Ya tiene edad; pregúntenle a él'.
Llamaron
de nuevo al que había sido ciego y le dijeron: "Da gloria a Dios.
Nosotros sabemos que ese hombre es pecador". Contestó él: "Si es
pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo". Le
preguntaron otra vez: "¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?" Les
contestó: "Ya se lo dije a ustedes y no me han dado crédito. ¿Para qué
quieren oírlo otra vez? ¿Acaso también ustedes quieren hacerse
discípulos suyos?" Entonces ellos lo llenaron de insultos y le dijeron:
"Discípulo de ése lo serás tú. Nosotros somos discípulos de Moisés.
Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Pero ése, no sabemos de
dónde viene".
Replicó aquel hombre: "Es curioso que ustedes no
sepan de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que
Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su
voluntad, a ése sí lo escucha. Jamás se había oído decir que alguien
abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios,
no tendría ningún poder". Le replicaron: "Tú eres puro pecado desde que
naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones?" Y lo echaron fuera.
Supo
Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo:
"¿Crees tú en el Hijo del hombre?" Él contestó: "¿Y quién es, Señor,
para que yo crea en él?" Jesús le dijo: "Ya lo has visto; el que está
hablando contigo, ése es". Él dijo: "Creo, Señor". Y postrándose, lo
adoró.
Entonces le dijo Jesús: "Yo he venido a este mundo para
que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven
queden ciegos". Al oír esto, algunos fariseos que estaban con él le
preguntaron: "¿Entonces también nosotros estamos ciegos?" Jesús les
contestó: "Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que
ven, siguen en su pecado".