
Cuarto Domingo de Cuaresma (Homilía)
marzo 22, 2020 7:00 a. m. · Sergio Muñoz Fita

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. ¡El Señor os dé su paz! Querida familia de Santa Ana:
Me dirijo a vosotros por primera vez en público desde que, el
pasado 16 de marzo, el Sr. Obispo tomó la decisión de suspender la
celebración pública del santo sacrificio de la Misa. En los bancos
vacíos de nuestra iglesia, hoy puedo veros a todos. Todavía recuerdo con
emoción la manera en la que muchos de vosotros recibisteis al Señor el
domingo pasado. Vuestra reverencia me conmovió profundamente y yo, que
no puedo teneros hoy aquí conmigo, os echo mucho de menos.
Deseo
dar las gracias a quienes, en estos días difíciles, han estado
prestando un servicio inestimable a nuestra comunidad. Pienso en los
Padres Joal y Job que han estado escuchando las confesiones de toda la
semana fuera de la iglesia. Pienso también en la gente de nuestro equipo
de mantenimiento que está trabajando con especial intensidad estos días
para desinfectar los espacios en los que se permite el acceso de las
personas, especialmente la zona de los baños. Pienso en los directores y
empleados que han estado trabajando sin descanso, sin tregua para
atender las necesidades, peticiones, preguntas y urgencias de nuestra
comunidad. A todos os doy las gracias.
Asimismo,
quiero disculparme por no haber podido contestar los muchísimos
mensajes que he recibido de tantos de vosotros “por tierra, mar y aire”.
Estos días recibo más de 100 correos electrónicos diarios y me ha
resultado imposible ni siquiera abrir la mayoría de ellos. Comprended
que si contestara, de uno en uno, todas esas comunicaciones, bloquearía
la vida de la parroquia, por otra parte ya muy perjudicada con la
situación actual. Por eso, quiero pediros perdón y paciencia a todos y, a
la vez, sirvan estas palabras como contestación a muchos de esos
mensajes interesándose por mí y por la parroquia.
Lo
menos importante es la condición del párroco, pero en un ejercicio de
transparencia quiero deciros que me encuentro bien, gracias a Dios. No
tengo síntomas de enfermedad alguna y procuro cuidar mi vida de oración y
mi ejercicio físico lo mejor que puedo. En las circunstancias actuales,
mi primer acto de caridad hacia todos es procurar estar sano yo
también, sobre todo espiritualmente.
Muchos me
habéis preguntado por mi familia en España. Gracias a Dios, todos están
de momento bien, confinados en sus casas pero sin señales de enfermedad
alguna. Mis padres y otra gente me han hecho saber de personas por mí
conocidas que han fallecido estos días y por los que os pido oraciones
por su eterno descanso.
El fin de semana
pasado os dije que las noticias se sucedían con tanta rapidez que
debíamos estar preparados para cualquier decisión de las autoridades
civiles y eclesiásticas. Por ellas hoy rezamos, ahora más que nunca,
especialmente por nuestro querido Señor Obispo que está pasando, seguro,
días dificilísimos. Que Dios dé a todos ellos la prudencia, la
fortaleza y la caridad para tomar decisiones intrépidas y valientes,
buscando siempre, primero, el Reino de Dios y su justicia. Obrando de
este modo, todo lo demás se nos dará por añadidura (Mt 6:33).
Querida
familia de Santa Ana: los grandes santos y maestros de la vida
espiritual nos enseñan la obediencia a quienes tienen sobre nosotros
autoridad legítima como forma de agradar a Dios. Obedecemos como hijos
libres, no como esclavos. Obedecemos porque queremos obedecer, porque
elegimos obedecer y ese sacrificio es incienso perfumado en la presencia
del Señor.
La obediencia en tiempos difíciles
es una señal de fidelidad. Probablemente, el ciego del Evangelio de hoy
no comprendió la orden que le dio el Señor. Él simplemente hizo lo que
se le pidió. Nosotros no obedecemos porque nos parezca razonable lo que
se nos pide. Ésa es la obediencia humana, de este mundo que pasa.
Nosotros obedecemos porque, cuando la autoridad es legítima y actúa en
el ámbito de su potestad, vemos en sus manifestaciones una expresión de
la Voluntad de Dios para nosotros y eso convierte esta virtud en un acto
de religión que hace milagros. En el pasaje de hoy, el ciego queda
curado cuando obedece la palabra de Jesús.: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé. Él fue, se lavó y volvió con vista.”
La obediencia nos hace más humildes, nos recuerda que somos parte de
una comunidad y produce unidad, armonía y paz social. En el contexto
actual, confiamos en que si todos somos uno, saldremos juntos, y antes,
del problema en el que nos encontramos.
Por
eso, como párroco de Santa Ana os debo hoy animar a la práctica de la
obediencia a las autoridades civiles y eclesiásticas, cada una en
esferas diferentes. Obrando de esta manera, nos convertimos en “luz en
el Señor”, en “hijos de la luz”, como nos ha dicho hoy San Pablo. Al
mismo tiempo, recuerdo la obligación de ser fiel ante todo a la ley de
Dios que se refleja en una conciencia bien formada. Es decir, el pecado
establece una línea roja que nunca podemos cruzar y nadie puede
traicionar a Cristo con la excusa de estar obedeciendo porque una orden
contraria a la ley de Dios deja de obligar en su cumplimiento. Los
cristianos sabemos ser sal de la tierra y luz del mundo, pero también
hemos aprendido que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Ahí
radica nuestra libertad.
Recogiendo la idea
principal de las lecturas de hoy, quiero animaros a todos a ser luz. En
este mundo que vive en tinieblas, en el momento actual en el que nos
atenaza la perplejidad y la niebla borra de nuestra vista el sendero que
hemos de seguir, tenemos que ser luz. En momentos como éste, se ve lo
mejor y lo peor del ser humano: la cobardía o el coraje, la generosidad
hasta dar la vida o el egoísmo, el amor hasta el final o la ruindad y la
codicia, la gente que se deja llevar por el pánico o los que, en la
tempestad, no pierden el control de sí mismos. Lo hemos visto en
establecimientos en los que la gente ha saqueado y vaciado las
estanterías sin pensar en los demás mientras que, por otro lado, otros
han elegido ofrecerse para ayudar a las personas ancianas con el fin de
evitarles salir de casa.
El coronavirus es un
espejo en el que nos vemos reflejados todos. Nos ayuda a ver qué tipo de
personas somos y cuál sea la calidad interior de nuestra alma. Es
también una oportunidad para los grandes sacrificios. Es una oportunidad
para frenar el ritmo frenético de nuestra vida y valorar más nuestro
mundo interior, en el que podemos encontrar la presencia escondida de
Dios. Una oportunidad para nunca más, dar el don de la Eucaristía por
descontado. Es también una oportunidad para analizar la manera que
tenemos de relacionarnos con el mundo material. La manera que tenemos de
consumir, con el fin de adquirir, a partir de ahora, nuevos hábitos que
nos lleven a una vida más sobria y más evangélica, buscando la
felicidad no en las cosas sino en las personas, sobre todo en la Persona
viva de Jesucristo, que es nuestra única luz. Es una oportunidad para
entender que los seres humanos nos necesitamos y que juntos, con la
gracia de Dios, podemos hacer más y hacerlo mejor. En estos momentos en
los que muchos no podemos trasladarnos y se cierran las fronteras de
nuestros países, el coronavirus es una oportunidad para recordar que el
viaje más importante y más apasionante es el camino hacia el interior de
nuestro corazón, donde todos debemos encontrar a Dios para dejarnos
transformar por Él. Por tanto, es una oportunidad para la oración y,
especialmente, para la meditación. Es una oportunidad para el silencio y
la soledad, para encontrarnos a nosotros mismos. Como escribía San
Agustín en su Soliloquios: “Domine Iesu, noverim me, noverim te”. Señor Jesús, haz que me conozca y haz que te conozca.
Queridos
hermanos, vuestro párroco os anima a ser luz en el Señor. Gracias a
todos los que, estos días, habéis utilizado nuestros medios de
comunicación social para ofrecer oraciones, para subir vídeos explicando
las Escrituras, para promover iniciativas que acompañen a la gente
desde casa y por recordarnos que la verdadera vida, la que más importa,
es la vida de la gracia. Los laicos habéis sido en muchas ocasiones la
avanzadilla de la Iglesia y ésta es de nuevo vuestra hora. Gracias por
ser luz, también, para nosotros los pastores.
Queridos
padres y abuelos, vuestro párroco os anima a ser luz en el Señor. En la
primera lectura de hoy, David es ungido en su casa, rodeado de su padre
y sus hermanos. El hogar es un lugar donde el Espíritu Santo se derrama
cuando le dejamos entrar en él. Vosotros siempre habéis sido los
primeros educadores en la fe para vuestros hijos pero ahora lo sois más
que nunca. Ahora vosotros sois, en buena medida, los únicos catequistas
para vuestros hijos. Rezad con ellos, leed la Palabra de Dios para ellos
y mandad a vuestros hijos todo el amor de Jesús y de vuestro párroco.
Si antes he dicho que os echo de menos a todos, no os podéis imaginar lo
que extraño a los más pequeños. Ellos me dan vida y no escuchar sus
voces en este templo vacío y no poder ver sus sonrisas es un ayuno que
me cuesta lo que las palabras no aciertan a describir.
El
jueves pasado, Solemnidad de San José, la Diócesis de Phoenix emitió
una Guía para todas las parroquias. Todos los cambios que hemos hecho en
Santa Ana, por lo que se refiere a la vida sacramental, son el
resultado de las directivas provenientes de la Diócesis. “Donde manda
patrón, no manda marinero”, que decimos en España. Los trabajadores de
Santa Ana están haciendo todo lo que les es permitido para serviros, y
seguiremos haciéndolo en la medida en que nos dejen. Por mi parte, seré
yo quien, a partir de esta semana y hasta que dure esta crisis, presida
habitualmente la Santa Misa del mediodía que será retransmitida, a
partir de mañana, de lunes a sábado. Os pondré a todos sobre la patena
para que el Señor nos mantenga unidos entre nosotros y con Él y para que
transforme el trigo de nuestras vidas en carne de Dios para la
salvación del mundo. Estamos trabajando, literalmente, día y noche para
hacernos accesibles a todos vosotros. Tened paciencia, por favor. Como
dicen en inglés, “una cosa después de otra.”
Quiero,
finalmente, pediros que seáis también una luz ayudando a las familias
de nuestros trabajadores con vuestra participación económica. Como dije
hace una semana, nunca esas familias, a las que muchos de vosotros
conocéis porque son parte de nuestra gran familia parroquial, han estado
tan en vuestras manos como ahora. Nuestro staff también es luz y ahora
tenemos que ayudarles más que nunca. Ayudadnos con vuestra colaboración a
través de Internet y demostrad así, otra vez, que ésta es vuestra casa y
que cuidáis de ella porque la queréis. Sin vuestra participación
online, no podremos resistir por mucho tiempo. Pienso también en las
familias de nuestra comunidad que están viéndose afectadas por el
problema del coronavirus, sobre todo dueños o empleados en restaurantes y
otros negocios. En la medida de nuestras posibilidades, os ayudaremos
en lo que podamos.
A todos os digo que sufro
con vosotros y que, como vosotros, hay cosas que no comprendo. Yo
también me hago preguntas para las que no tengo todavía respuestas. Es
en momentos como el presente, en los que nos encontramos caminando por
cañadas oscuras, cuando más necesitamos escuchar las palabras del salmo
de hoy: “el Señor es mi pastor, nada me falta. No tengo miedo porque tú vas conmigo.” Cristo es la luz del mundo y, a quien me quiera escuchar ahí fuera, le invito a que encuentre en él palabras de vida eterna.
Concluyo
con este mensaje de esperanza, queridos hermanos. El camino de la vida
cristiana atraviesa valles oscuros, ciertamente. No sabemos qué nos
espera en las próximas semanas, ni cuánto durara la prueba, ni cuáles
serán los efectos cuando termine. Tenemos ante nosotros meses de luchas y
sufrimiento, días que pondrán a prueba lo mejor de cada uno de
nosotros. La tormenta se ha desatado y no sabemos cuándo volveremos a
ver el sol. Sin embargo, el sol está ahí, al otro lado, esperándonos. No
tenemos miedo porque Cristo, el buen pastor, está con nosotros y, tras
la oscuridad de los momentos difíciles, vendrán días mejores en los que
celebraremos, todos juntos de nuevo, en la mesa que Dios mismo nos
prepara, la mesa de la Eucaristía, un festín de manjares suculentos (Is
25,6). Ya veo llegar ese día en el horizonte y con ese rayo de luz me
basta pasa continuar avanzando.
Madre, ayuda a
tus hijos todos. Ayuda a los niños no nacidos porque no nos olvidamos
nunca de ellos. Si recordamos y rezamos por los más de 12.000 muertos
por el virus del coronavirus, ¿cómo vamos a olvidar a los más de 50
millones de niños que, cada año, pierden la vida en abortos inducidos?
Ayuda, Madre, a todos los que mueren por otras causas y otras
enfermedades que tienen menos prensa pero que terminan con el mismo
desenlace. Ayuda a quienes padecen por cualquier causa. Finalmente,
ayuda, Madre, a las víctimas del COVID-19 y a sus familiares. Ayuda a
todos los que sufren o sufrirán las consecuencias de esta crisis y
haznos a nosotros parte de la solución y nunca parte del problema. Este
domingo, recuerda y bendice especialmente a todos los que desean recibir
la Comunión y hoy no podrán hacerlo. A mis hijos de Santa Ana que están
en sus hogares, hambrientos de Eucaristía. Tú que llevaste a Jesús a
casa de tu prima Isabel, lleva de nuevo a tu Hijo al corazón de los que
os aman.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación del alma mía